Un suelo esponjoso y calcinado jalona nuestros pasos y nos envuelve en un vapor agrio y ceniciento. Subimos la pequeña pendiente cubierta de la escoria resultante del diario quemar de cuerpos: una alfombra de muerte tejida en siglos de tradición con hebras de fúnebre ritual. A la izquierda, pilas de leña que, en solidaria combustión con el cuerpo del finado, le limpiarán de toda cicatriz de pecado y le elevarán a la suprema paz, convertido en humo que se diluirá en la infinitud de los dioses. Es la playa donde todas las olas rompen y agotan su existir.
Por unas escaleras barnizadas de inmundicia accedemos a la parte alta: unos acarrean leña, otros nos miran con pasividad, dos perros se pelean, algunos visitantes – solapadamente - hacen fotos, una escuálida figura masculina duerme sobre una losa, una anciana mira al horizonte con rostro indolente, un hombre sentado sobre sus piernas parece gozar de su voluntario ostracismo, angostos cubiles acogen a moribundos entre sus paredes de mugre esperando el momento de arder en la pira de la redención... La temperatura es alta y la muerte cristaliza en un laberinto de callejuelas y batiborrillo de gente.
Una de estas callejas nos sirve para abandonar el lugar: estrecha y pestilente, de firme cenagoso y sórdido ambiente, perfilada por cuchitriles decorados de miseria, transitada por gentes y ganado respirando la absoluta carencia. Su recorrido impresiona a los sentidos y lacera el alma. En mi interior la bautizo como el “callejón de la náusea”.
Desembocamos en la parte alta del ghat Desaswamedh – donde tuvo lugar la ceremonia al anochecer – que ya es un hervidero de pedigüeños, niños y santones reclamando el primer óbolo de la mañana con cansina contumacia.
Entre la turba, damos el último paseo por la zona, hacemos alguna fotografía, aceptamos un rápido masaje, y aspiramos el aire concentrado como gesto de despedida al Ganges.
El alma la tenemos ahíta de sensaciones pero nuestro estómago es una oquedad inconsolable. Acogemos con agrado la idea de acudir al hotel. Pero...
Benarés, jamás serás olvidado.