Visto en la caja de una simple pizarra blanca |
¿Cómo hemos caído en esta situación? Un factor es la manipulación de la ciencia por gente que saca ideas de contexto para crear falsas necesidades. Lo que podríamos llamar el efecto Punset. Por ejemplo, si dices que dejar a un bebé solo diez minutos lo agobia, la gente no hace mucho caso. Pero si afirmas que investigaciones en el campo de la resonancia magnética funcional han probado que abandonar a un bebé diez minutos provoca que se le disparen los niveles de cortisol –“la” hormona asociada a situaciones de estrés y angustia-, la próxima vez que vayan a mear llevan al niño con ellos… y compran tu libro.
Así, pocos padres no han sido adoctrinados en el mito de los tres primeros años. La leyenda esta basada en una realidad: nos paren con el cerebro sin terminar. Sólo la mitad de sus conexiones funcionan al nacer. El resto se establecen en los tres primeros años de vida. Dicho en el lenguaje que vende: la sinaptogenesis (el proceso por el que se establecen sinapsis, o conexiones entre neuronas) nunca volverá a ser tan intensa en un ser humano como en los tres primeros años de vida.
Por lo anterior se afirma que el primer trienio es el periodo en el que los niños aprenden de forma más fácil y eficiente, y en el que sus experiencias pueden acarrear cambios neurológicos irreversibles que marcarán su comportamiento y sus capacidades de porvida. Durante este tiempo, un ambiente estimulante ayuda a la creación de sinapsis, mientras que el abandono o los abusos impiden que se desarrollen. Todo lo que hacemos como padres cuenta. Un paso en falso y la cagaste. Para siempre.
Creación de sinapsis en los dos primeros años (Corel, 1975) |
La aparición de conexiones entre neuronas es solo una pequeña parte de una historia más rica e interesante de lo que el mito pinta. El desarrollo del cerebro –o aprendizaje-, no es solo la creación de sinapsis. En realidad, es un proceso de creación, fortalecimiento y poda de estas conexiones. Cada parte del sistema nervioso tiene su propio ritmo de maduración, que además es diferente para cada individuo.
De hecho, esta semana se ha publicado un interesante artículo en el Lancet que estudia las vidas de 165 niños rumanos adoptados en el Reino Unido tras sobrevivir insalubridad, hambre y abandono extremos a edades entre 2 semanas y 43 meses en orfanatos durante el gobierno de Nicolae Ceaușescu. Se les evaluó los niveles de ciertos trastornos en el espectro autista, falta de atención, hiperactividad, problemas de conducta, emocionales, limitaciones intelectuales y capacidad de relacionarse y se les comparó con 52 niños británicos adoptados en su país.
Orfanato rumano, años 90 |
En general, los niños que pasaron menos de seis meses en estos centros estaban recuperados a los seis años. Entre los niños que sufrieron más de medio año institucionalizados, ansiedad y depresión resurgieron en la adolescencia, pero se recuperaron gradualmente de sus problemas cognitivos y llegaron a la edad adulta (22 a 25 años) con las mismas capacidades que los adoptados británicos. Más sorprendente es que uno de cada cinco niños en el grupo más castigado ya no presentaban ninguna secuela a los seis años. La resistencia de este último grupo se atribuye a factores genéticos y epigenéticos.
De cualquier manera, si el deterioro en el grupo más castigado remitió en la edad adulta, no tiene sentido decir que tras una edad la pérdida de flexibilidad del cerebro deriva en secuelas irreparables. Dicho con lenguaje molón, los resultados de esta investigación proporcionan pruebas sólidas de la neuroplasticidad a largo plazo en los seres humanos. Y hablando en plata, si crees que enzarzarse en debates como colecho/método Estivil, carrito/portabebés o teta/biberón es decisivo para el desarrollo de un niño, eres un ignorante.