25 julio 2011

Un sueño

Si  eres aficionado a la interpretación de los sueños aquí tienes una oportunidad. Ocurrió una tarde del  27 de febrero de un ya lejano año de 1.979.  Tuvo, este sueño, una fuerza inusual; al despertarme seguía en mi cabeza, así fue que tomé mi estilográfica (el ordenador venía en camino...) y lo pasé al papel. Tal y como lo escribí aquella tarde así lo plasmo ahora.


"Me encuentro en una sala de cine. La proyección trata sobre un escritor que se encuentra en prisión, quizá por el contenido de sus escritos. Veo la película con claridad: sucesión de imágenes y nitidez en ellas. Se desarrolla una parte en un ferrocarril en marcha. Aparecen libros, revistas y tebeos, sobre todo tebeos. El kiosquero está muy atareado y despacha lectura con fruición. No está clara la ubicación del tenderete, incluso puede ser dentro del mismo tren. Digo algo sobre lo que está pasando y una voz lo explica pero yo no llego a enterarme del contenido.

De forma palmaria percibo el final de la cinta. Un varón de unos 40 años, de cara rellena y sonrosada, con lentes de montura dorada, se gira hacia atrás en su butaca y ruega que se le atienda un momento, que la proyección no ha concluido. Hace unas consideraciones sobre unas vacas que comen papeles, sobre un señor calvo y bien arreglado que sentado en un retrete protesta moderadamente por la falta de papel higiénico. Sigue hablando pero el murmullo de la sala no permite oir lo dicho. Una joven cruza por delante de mi butaca y pasa a estar situada en el extremo izquierdo, donde se encuentra el señor que habla.

Me molesta el murmullo y siento incomodidad por no poder percatarme de las palabras que el aquel hombre sigue pronunciando. Las luces se encienden. El señor parlante ha cambiado de apariencia, ahora es de pelo corto y negro, el anterior era de melena moderada y rubia, también lleva gafas pero estas son de montura de concha negra y está fumando. Esto último me da a mi la garantía de que todo ha terminado. Estoy confundido en cuanto a las explicaciones de los que hablaban: dudo si estas forman parte de la película o bien, como en un principio parecía, es un espectador el protagonista de los comentarios. Toma más fuerza lo segundo.

Todos abandonamos el recinto, yo me despierto."

17 julio 2011

El "acento" de Glasgow

Algo que oigo frecuentemente a españoles recién llegados a Glasgow es que el acento local es muy duro. Este es un mito que, como tantos otros, tiene residuos de realidad.

El acento escocés mantiene coincidencias con otros celtas como el irlandés o el gallego. Por ejemplo, según quién lo hable, puede sonar como un dulce susurro ("Aló nas tardes sombrisas, aló nas tardes escuras, fanse máis cortas as risas, máis negras as desventuras"), o más bestia que abrir la cerveza con los dientes (e se non che gusta vas rañar ó carallo ca puta que che pariu). Otro rasgo común es la popularidad del gruñido. No se usa una frase o palabra si llega con una interjección. Cierta compañera de trabajo escocesa mantiene conversaciones telefónicas de hasta dos minutos diciendo sólo "ajá" y conozco a más de un gallego que se las apaña igualmente cambiando la entonación de "bueeno". En Escocia, gruñidos locales incluyen "aye" (pronunciado "ae" y que significa "si") y su versión más autoritaria, "och aye" (pronunciado "oj ae" y traducido como "desde luego"). No salga de casa sin ellos.


Sin embargo, cuando un emigrante dice que el acento de Glasgow es difícil, para mi es como oír a un americano quejarse de lo mal que hablan los asturianos el español cuando hablan bable. Porque en muchos barrios no se escucha inglés, sino Glasgow patter, Glaswegian o "Glesga", que no es un acento, sino un dialecto del idioma escocés.

Algo que contribuye a la confusión del recién llegado es que el Glasgow Patter tienen influencias inglesas. Algunas palabras sólo cambian en la pronunciación, como eejit (de "idiot", idiota), hoose (de "house", casa) o yersel (de "yourself", tu mismo). Otras más puñeteras suenan igual, pero no mantienen la definición, como baltic (muy frío), pure (muy), hen o bird (ambas significan chica o mujer). También están las que suenan parecido al inglés, pero no significan lo mismo, como jus (de "juice", zumo, pero que significa refresco) o mintit (de "minted", mentolado, que quiere decir rico o millonario).

Para rematar la faena, tenemos palabras en escocés y gaélico, como "cludgie" (retrete) o "wee" (pequeño).

Al igual que en otras regiones celtas, el segundo idioma está tan infiltrado que muchos lugareños no son conscientes de estar hablándolo. Escribiendo este artículo, me he dado cuenta de que yo misma lo uso. Eso no quiere decir que lo domine. En ocasiones veo pacientes en el hospital con cara de perdidos y no me acerco por miedo a no entender lo que pregunten y empeorar la situación.

La gente de Glasgow es consciente de la confusión que su dialecto genera.

Cuando una amiga de Cádiz recién llegada quiso ir al baño en cierto pub, tuvo que volver a la mesa para que un amigo le aclarase si su puerta era la de "laddies" o la de "lassies". Era la de lassies.

En el 2009, la empresa Today Translations ofrecía por primera vez los servicios de un traductor inglés-glesga. Ese mismo año, la compañía de autobuses First Glasgow inició un curso de idiomas para sus nuevos conductores del Este de Europa, que por fin pudieron mantener conversaciones como:

"Gie us an aw day tae the toon, I'm going for the messages"
INGLÉS:    Give me an all day ticket to the town, I am going shopping.
ESPAÑOL: Dame un billete al centro ciudad para todo el día. Voy de compras.

"Nae borra, big man."
INGLÉS:    No bother, big man.
ESPAÑOL: Sin problema, hombre.

No se puede hablar del Glasgow patter sin acordarse de Parliamo Glasgow, el sketch de Stanley Baxter en el que interpreta a un académico inglés analizando el dialecto. A mi me cuesta seguir el diálogo, pero junto con series como Chewing' the Fat y Still Game, sigue siendo un buen ejemplo de la diferencia entre el escocés y el inglés.



Así, si alguien te dice que el "acento" de Glasgow es duro, la respuesta más apropiada es:

Thats Glesga, ya numpty.

11 julio 2011

Las calles de mi infancia.





Demian nació y vivió sus primeros siete años en la calle de los Hornos. Antigua, estrecha, muy transitada y con muchos bares. Justo delante de su portal, se ensanchaba en una plazuela que, por uno de sus lados y a mayor altura, quedaba limitada por el pretil que la separaban de la pequeña rampa  en que remataba la calle de Pizarro.  En el mismo punto, y también en descendente pendiente, desembocaba, perpendicularmente a la primera, una tercera calle: la de la Luna. Las tres en el casco viejo, exiguas y oscuras las tres.

Esta tríada de calles conformaban el mundo inmediato de Demian, el simbolismo físico de sus infantiles pensamientos  que tanto le costaba definir, la iconografía de su párvulo existir.

Por la de los Hornos pasaba a diario de la mano de su abuela, mirando a ambos lados, oliendo a churros en la mañana o a humedad y vino en la noche, observando a cada personaje que cruzaba, buscando un color alegre o una risa llamativa que le animase. Eran los años cincuenta y un aire pobre y triste se colaba en  los corazones, le gustaba  sentir el calor y el cobijo de “su calle”.

La calle de Pizarro le era desconocida, no sabía a que olía e ignoraba  quienes la habitaban. Le producía  la misma  sensación que genera un familiar al que no se trata.  Un aire de misterio, de territorio ignoto, salía de aquel callejón.  Sólo  los metros en que se superponía a la suya le eran alcanzables, nada más que las gentes que por ella pasaban –y eran muy pocas- tenía para cubrir su curiosidad: un viejo renqueante apoyándose en su cachava, un hombre de tez bruna y semblante serio, un niño que súbitamente aparecía y que de inmediato era tragado por la zona oculta, una mujer entrada en edad con los labios muy rojos y los ojos extremadamente marcados, un personaje de seguro caminar y desconfiada mirada en el que Demian había reparado de una manera especial y al que no supo darle nombre hasta que conoció a un proxeneta, una algarabía de soldados con risas ostentosas y cigarrillos en los labios... Desde lo alto del muro la lánguida mirada de un gato llegaba a todos ellos. 

¿Por qué, en la calle de la luna,  sólo había peatones que bajaban? Nadie ascendía su cuesta. Sin embargo para Demian aquella subida significaba el éxodo, el mundo exterior, por dónde se abandona lo seguro y se inicia camino al enigmático porvenir. Algún día tomaría esa calle, se cruzaría con los que llegasen y con un gesto de complicidad lo despediría el gato. 

05 julio 2011

El turista sin un duro

Hace calor y estoy vaga, así que ahí va una ración de tópicos veraniegos.

A veces me gusta pasar el tiempo mirando a la gente pasar y, según la pinta, opinar, juzgar, generalizar... En resumen, hacer todas esas cosas tan censuradas y entretenidas que se pueden hacer una tarde ociosa.

Poca carne se da mejor a una crítica que la del turista. Los europeos cada vez somos más iguales, pero aún queda un comportamiento diferenciado y curioso: el del turista sin dinero.

Alemán: Joven. Va solo o en grupos pequeños. Duerme en un hostal que ha reservado por Internet o en casa de un conocido. Botas de caminar. El equipaje es una mochila gigantesca, aunque una maleta de ruedas fuese más fácil de llevar. Para comer, el supermercado es la primera parada. La guía de viaje y el mapa son esenciales.

Inglés: Joven. Si no va en pandilla grande no importa, llegada la noche el grupo hará más ruido que una estampida. Duerme en un hostal que ha reservado un amigo. El equipaje ocupa poco: la ropa de verano siempre lo hace, y en el extranjero siempre es verano. Come en cadenas de comida rápida o lo que más se parezca a un pub. Guías o mapas son innecesarios una vez se encuentran la cerveza y/o la playa.

Escocés:
De aspecto idéntico al anterior, se diferencia de éste por su irreductible empeño en entablar conversación con la fauna local.

Español:
Puede ser de cualquier edad. Va en familia o manada. Duerme en casa de un familiar o en el hotel que le ha buscado la agencia de viajes. Maletón de ruedas que se empeñará en facturar como equipaje de mano, junto con el bolso de la señora y dos o tres bolsas del plástico del duty free. Para comer, si la agencia no decide, va al restaurante más puerco y oscuro que encuentra o, si no hay, a un italiano donde pide lo que pueda traducir de la carta. Pocas veces lleva guía, nunca mapa. No hacen falta porque va sólo a donde les lleve el autocar o la persona con quien se han quedado a dormir.

Es pensar en turistas españoles y no puedo evitar un recuerdo cariñoso a una sub-especie: el de mediana edad. A principios de los noventa, ver uno era motivo para cruzar la calle: hablaban a gritos, ocupaban toda la acera y parecía que solo salían de casa para ir de tiendas. Ahora son prudentes, correctos y hablan inglés. No me refiero al inglés del "jau mach", "a tasi tu di erport" o "wer is de toilet, plis?", sino que se ve que pueden llevar una conversación con naturalidad, con frases bien construidas, pronunciación correcta y sin inventar acentos extraños. Si las mujeres quieren ir de compras, van solas, sin remolcar maridos.

Todavía encuentro turistas que me avergüenzan de mi nacionalidad, pero cada día son menos. Los alemanes o británicos no han cambiado, pero entre los españoles, en los últimos años, por cada alma asilvestrada siempre aparece alguna pareja de cincuenta y pico que pasea discreta, congraciándome con mi tierra.