
El mes de agosto de 2009 se celebraron tres corridas en La Coruña. Saqué el boleto para la primera - los hermanos Rivera y El Cordobés componían el cartel – y, puntualmente, allí estaba ante el círculo de arena. Nunca había asistido a una corrida y la curiosidad era grande, pero realmente lo que me llevó allí fue el deseo de “definirme”: toros sí o toros no.
De niño nunca había acudido a una plaza con mi padre o mi abuelo, como le pasó a tantos aficionados actuales. Como espectáculo no me atraía especialmente, y, que el final del rito fuese la muerte de un animal, y a veces de un hombre, me retraía. No obstante, que nombres como Goya, Hemingway, Picasso, Alberti, Sánchez Dragó, Boadella, Joaquín Sabina y muchos otros estuviesen en la orilla de los admiradores me condicionaba mucho. Son abundantes las páginas escritas, los cuadros, las esculturas y la música, dedicadas a los toros. Arte y cultura a espuertas. Arrojo, valentía y drama a chorros. Esto es lo que pesa en mí. En el otro extremo está la muerte recreada de un animal noble y bravo.
Volvamos a la plaza.
El paseillo, la música, el colorido de los trajes y la expectación absorbe a la plaza . Sale el toro: derroche de fuerza y belleza, el primer encuentro con la capa y los primeros pases: perfecta coordinación, equilibrio entre vigor e inteligencia, primeros aplausos. Aparece el picador: silbidos en las gradas que irán creciendo cuando la primera sangre impregna la arena
En la corrida que presencié había algo más: concentrado, frío, como ausente, estudiando cada movimiento en el redondel, estaba José Tomás. Fue el destino de mi mirada en repetidos momentos.
Lo aquí escrito es para el aficionado la belleza en su grado más alto; para el defensor de los animales, la tortura de un animal para divertimento de unas gentes. Para mí, la duda sigue. La muerte del toro puede verse como un acto salvaje o como una lucha valiente por la vida. Echo en falta algo más de análisis por parte de los opositores al toreo; con muchos que hablé del tema jamás vieron una corrida, no habían leído nada sobre el tema y carecían del menor conocimiento sobre la lidia y sobre el toro. Anteponen la sen

¿Tendríamos que prohibir las corridas de toros? En mí, la indecisión perdura. La rémora de ser un adolescente en mayo del 68 no me abandona: “Prohibido prohibir”. ¿Recordáis?