Hay millones de personas que trabajan en negocios sin meter mano a la caja, sonriendo a clientes que no lo merecen o cubriendo los turnos que otros no pueden o no quieren hacer. Otras miles han estudiado durante años o se han formado durante décadas para trabajar en investigación, sanidad, educación o defensa. Hasta las frívolas artes están llenas de personas que renuncian a un sueldo fijo por el placer de, parafraseando a Tony Leblanc, entretener a la gente que realiza los trabajos "verdaderamente importantes" para que cuando vuelvan a ellos los puedan hacer mejor. Hay miles de voluntarios que colaboran en cocinas económicas, Cáritas o Cruz Roja. Ser una de estas personas o rodearse de ellas está al alcance de cualquiera. Una característica de la sociedad de consumo es que, si algo no te gusta, se cambia. Nuestra vida incluida.
También está el asunto de la definición de "buena persona". Todos solemos tener una concepción generalmente positiva de nosotros mismos y de la gente más allegada a nosotros. De hecho, ellos tallan nuestra definición de "buena persona". Pero volviendo a robar frases, "los matemáticos de primera gustan rodearse de matemáticos de primera, los de segunda, de matemáticos de tercera y así sucesivamente". Si no pertenecemos a la pequeña élite de extraordinaria generosidad, somos vulgares y muchas veces el instinto hace que nos rodeemos de una vulgaridad mayor. El problema no es la sociedad, o que Fulanita sea "tóxica", "negativa" o "mala persona". El problema es la propensión a no querer entender a Fulanita, o a centrarse más en lo peor de ella que en la gente que merece admiración. Es ver a un sanitario sobrecargado y leer mejor su indiferencia hacia ti que el cansancio que la genera. Es ver un uniforme y hacer facha a un colectivo que se juegan el tipo acatando órdenes absurdas porque ha jurado lealtad a una patria que ha elegido como representante a un irresponsable. O sin ir tan lejos, es sentir un desplate y asumir que lo que lo provoca son celos por nuestras virtudes antes que irritación por nuestros defectos. O mirar al coche que se ha saltado las normas de circulación y chillar un "A dónde vas, Ayrton Senna" antes de dejar paso por si lo que le espera al final del trayecto es una desgracia. El problema es el uso de la vulgaridad ajena, real o figurada, como narcótico para tolerar la propia.
![]() |
Idilio, por Frederic Lord Leighton 1880 |
Siempre estamos desviando la atención de lo verdaderamente importante. Igual estamos diseñados así, Miércoles, no sé. No puedo ser muy optimista con el género humano, sólo que he disfrutado de tu artículo. No, no nos favorecemos y nos perdemos en un bosque de "cosillas" para no ver lo que realmente pasa. A algunos hablar de esta crisis les va bien para difuminar las propias creencias.
ResponderEliminarAy, la cita de Tony LeBlanc, que genialidad. "verdaderamente importantes".
Por mi parte, he llegado a una conclusión muy simple: seguir pedaleando y no pensar mucho.
Saludos.
La paradoja con esa cita es que precisamente esa humildad lo hace más memorable y apreciado que muchas de las personas con los trabajos que él ve "verdaderamente importantes".
EliminarY si, mejor seguir pedaleando.
Un acto de comprensión es ponerse en el lugar del otro. Eso permite adquirir un punto de vista más amplio que podría llegar a sustituir al otro por el yo, regalándonos así la oportunidad de mirarnos a nosotros mismos desde el otro. Nos podríamos llevar una lección de humildad de ver nuestros defectos más patentes. O tal vez no reconocernos. Así sabremos de veras si estamos ayudando o bogando en contra de todos. Pues, efectivamente, somos una trama de idiosincrasias diversas unidas para sacar adelante las cosas, nos influimos entre nosostros.
ResponderEliminarEl problema es que vemos mejor en el otro lo que nosotros llevamos dentro, por eso a veces ponerse en su lugar lleva a ver lo peor de ellos. Comentaba so hace tiempo con otro emigrante. No hay falacia mayor que "piensa mal y acertarás" y las consecuencias se ven cuando ves a alguien que llega a un país con costumbres e idioma distintos a los suyos. La importancia del lenguaje corporal se dispara pero, como no es algo que ejercitemos, reconocemos lo que más acostumbrados estamos a ver o querer ver. El que cuando le hacen daño asume malentendido resiste, el que asume mala fe -porque es a lo que está acostumbrado- cada vez se agria y aísla más.
EliminarDosis de humildad. Mucha empatía y por supuesto aprendizaje perpétuo. Saludos.
ResponderEliminarAprendizaje perpetuo, por supuesto. Quizá también tomarnos a nosotros mismos menos en serio.
EliminarMe has hecho pensar...
ResponderEliminarPues eso nunca sobra. Vas a conocer este blog mejor que yo...
ResponderEliminar