Desde la distancia.
Ayer parecía un día sin incidencias. Antes de acostarme, a eso de las diez, fui a Twitter para leer noticias sin tener que tragar las fotos del Jorgito de las narices. Cuando la página carga, no veo mi habitual avalancha de tuits de Al Jazeera, The Guardian y El País, sino amigos gallegos que se sorprenden de que "lo del tren" no salga en la televisión y diseminan la solicitud de donantes de sangre de la Cruz Roja. A las diez y media, AFP es la primera agencia internacional en dar la noticia en inglés, citando treinta muertos y unos doscientos heridos. Le sigue a los pocos minutos The Guardian, que anuncia treinta y cinco muertos. A las once, hora local (medianoche en España), el accidente es la noticia más leída en la web de la BBC.La prensa británica en papel no ha tenido tiempo para publicar la desgracia, pero en los medios electrónicos es la noticia más seguida. Medios que se actualizan constantemente mientras evitan las imágenes de cadáveres que se están viendo en diarios españoles. Aseguran que entre los heridos hay un británico y que sus servicios consulares han ofrecido asistencia a las autoridades.
Curiosamente, mis amigos y compañeros escoceses –que saben muy bien que soy de "la ciudad del Depor, encima de Portugal y cerca de esa otra a donde se va a peregrinar"- no mencionan la noticia. Quizás entienden que hoy para mí, como para cualquier gallego, las nubes no están sólo en el cielo.
Miércoles
Descarrilamiento.
Leen, hablan, duermen, atienden al teléfono… son los jinetes que cabalgan en pleno sosiego la veloz montura de la modernidad. Los cascos circulares se aferran al fino raíl y su alargado cuerpo serpentea por las cercanías de Santiago de Compostela. El Apóstol está a punto de celebrar su día y desde su pétreo pedestal espera a sus peregrinos. Una curva se dibuja en el destino de unos cuantos y la serpiente metálica se quiebra inesperadamente: chirrían las ruedas, salta el acero y prende el fuego de la tragedia. La imparable tecnología convertida en humeante chatarra. Santiago se ha quedado sin fiestas y el Apóstol sin caballo, trocando su legendario estandarte por el de la desgracia.La fatal curva, de súbito, hizo del júbilo festivo jirones de sufrimiento, del olor de la pólvora de los cohetes aroma de hospital, de la feliz sonrisa de encuentro lágrimas de muerte, de las mantas de calor fraterno cobertores de yertos cuerpos, de la alegría de la celebración la oquedad en los corazones…
Es el vaivén de la vida, el inescrutable destino y el fluir del universo; la conjunción de los opuestos y la desesperación del humano. La sangre del solidario donante y la sangre derramada.
Y mañana se encenderán otros fuegos, partirán otros trenes…
Demián