Conocí a David Jiménez en los Encuentros Eleusinos en Kampot (Camboya), dirigidos por Fernando Sánchez Dragó y, el
también escritor, Javier Redondo Jordán como organizador de los mismos. Fue su
conferencia corta, sin malabarismos dialécticos, una exposición realista de los
pueblos del sudeste asiático y de su trabajo de corresponsal en ellos. Las
preguntas fueron muchas y las respuestas concisas e inteligentes, con
justa posología de crudeza, humor y buen tino. Pero fue en la larga sobremesa de
la cena cuando la personalidad y oficio del periodista se nos manifestaron más
cercanos. El río Kam Chay discurría
casi a nuestros pies, haciéndonos llegar su tibia brisa para refresco de los
cuerpos y quietud del ánimo. Y hablamos de Camboya, Birmania, Tailandia, Laos,
China; de costumbres, de regímenes y de
libros… de sus libros, que yo no había leído. Y las palabras deambulaban entre
la espuma de cerveza, la magia de la noche y la realidad en su desnudez. Inolvidable. Eran los primeros días del mes de enero de 2014.
Seis meses más tarde, El Club de Lectura de la Vaquería de Violeta Dávila, en Madrid, me invita a una de sus reuniones donde serán comentados los libros de David Jiménez y él estará presente. Para entonces yo ya los había leído. A la hora en punto mi dedo hacía sonar el timbre del chalé elegido para la charla y que desinteresadamente uno de los habituales a estos eventos había ofrecido (gracias Rafa). No tardó en llegar el corresponsal del diario El Mundo en Asia por más de 15 años… Sin aspavientos, natural, cortés y contento: unos días atrás le habían concedido una beca en la Universidad de Harvard que le obligaba a cambiar Asia por América durante un año. Ya el sol se acercaba a poniente cuando nos sentamos en la terraza a escucharle. Nos pormenorizó detalles de sus libros, acicates y trabas para escribirlos, esfuerzo realizado y esperanza de buen futuro. Comimos emparedados, bebimos vino y cerveza, comentamos, opinamos y preguntamos. No olvidamos hablar del porvenir del periodismo y de su ética. Casi cuatro horas más tarde nos despedíamos; deseándole feliz estancia en Boston y prometedor retorno a España. La ciudad dormía y yo sentía el regocijo de un día aprovechado, la satisfacción de haber conocido mejor a este hombre: su mesura, su decencia, su agudeza de bizarro reportero, y, sobre todo, su discreta humanidad.
Seis meses más tarde, El Club de Lectura de la Vaquería de Violeta Dávila, en Madrid, me invita a una de sus reuniones donde serán comentados los libros de David Jiménez y él estará presente. Para entonces yo ya los había leído. A la hora en punto mi dedo hacía sonar el timbre del chalé elegido para la charla y que desinteresadamente uno de los habituales a estos eventos había ofrecido (gracias Rafa). No tardó en llegar el corresponsal del diario El Mundo en Asia por más de 15 años… Sin aspavientos, natural, cortés y contento: unos días atrás le habían concedido una beca en la Universidad de Harvard que le obligaba a cambiar Asia por América durante un año. Ya el sol se acercaba a poniente cuando nos sentamos en la terraza a escucharle. Nos pormenorizó detalles de sus libros, acicates y trabas para escribirlos, esfuerzo realizado y esperanza de buen futuro. Comimos emparedados, bebimos vino y cerveza, comentamos, opinamos y preguntamos. No olvidamos hablar del porvenir del periodismo y de su ética. Casi cuatro horas más tarde nos despedíamos; deseándole feliz estancia en Boston y prometedor retorno a España. La ciudad dormía y yo sentía el regocijo de un día aprovechado, la satisfacción de haber conocido mejor a este hombre: su mesura, su decencia, su agudeza de bizarro reportero, y, sobre todo, su discreta humanidad.
Dentro de unos días se hará cargo de la dirección de uno de los periódicos más leídos en España y tal tarea en poco se parece a lo anteriormente realizado. No dudo de su valía, tesón, entusiasmo y capacidad de trabajo, pero el devenir periodístico está lleno de nubarrones amenazantes y vaticinios turbulentos… ¡Suerte, maestro!
Caramba, lo iba leyendo pensando, "ah, un nombre interesante", pero no pensaba yo en un poderoso nombre.
ResponderEliminarBueno, los adjetivos que usas para definir a Javier Redondo se podrían resumir en "mesura", muy rara cualidad ésta.
Saludos.
Pues qué interesante, tener a mano a un corresponsal en Oriente. Los corresponsales tienen mucho vivido y, claro, analizado. Ellos no solo pasan por las zonas, las escuchan para exponérnoslas luego a nosotros. Son nuestros ojos y oídos en esas zonas. Es gente especial.
ResponderEliminarPues sí, dafd: son gente especial. Y cuando pueden comentar en un ambiente relajado lo vivido, pensado y visto en esas tierras te atrapan la atención y te instruyen. Aún encima te lo amplian con parte de su vida privada que le da una mayor consistencia a lo dicho.
EliminarSaludos.