Hasta hace poco, el sistema informático era obra de unos programadores que lo diseñaron tras pasar varios días con nosotros. La información se introducía y consultaba en segundos. Todo lo que necesitábamos estaba en una página. Como consecuencia, un retraso o menos anticipación de la deseada en tus deberes terminaba con el aliento de algún supervisor en la nuca.
Y llegó el progreso. Nos integraron en la base de datos hospitalaria más grande de Europa que, además de nuestros asuntos, nos enseña una foto muy chusca del paciente, cuanta quimioterapia lleva, las revisiones semanales con el oncólogo y hasta si viene en ambulancia o en su coche. ¿Y a mí qué me importa? No lo sé, pero los gerentes dicen que es fundamental para mi trabajo.

Nuestra vida ha cambiado. Se acabaron los silencios solo rotos por supervisores, ahora que nadie sabe nada, tenemos que hablarnos constantemente. Cuando la enfermera viene preguntando por un plan, ya no hay un dosimetrista que entra en el ordenador a mirar, sino que se monta una algarabía de papeles en todas las mesas mientras rebuscamos entre los montones. Como la cosa tarda, ahora sabemos el nombre de la mujer y que tiene dos niños muy revoltosos. La sala de archivo, antes llena solo por corrientes de aire traicioneras, se puebla de gente que entra buscando planes y sale intercambiando cotilleos. Además la producción no ha bajado,porque el ejercicio que hacemos buscando información de oficina en oficina nos mantiene ágiles. Sobre todo a los médicos, que habitan cuatro pisos mas arriba y que, como no saben mirar la nueva agenda, nos visitan a diario por si tienen algo que hacer. Cuando no hay ascensores, vienen con un colorcillo muy saludable en las mejillas.
La tecnología es una herramienta fundamental para el bienestar, solo hay que saber cómo no usarla.
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