Son casi las diez de la noche, salgo de mi trabajo y me pongo a caminar hacia el aparcamiento. El itinerario incluye el centro de la ciudad y su calle Real. En ella me voy encontrando una serie de sujetos solicitando una dádiva. Ya todos me son familiares y uno de ellos estaba faltando a mi lista diaria: el pianista (aunque no fuese exactamente un piano lo que tocaba). Había notado su ausencia hace unos meses y hoy otra vez está en su sitio.
Le reconozco a pesar de haberse producido un cambio en su fisonomía: se cortó el pelo y está mas encorvado. Y lo más importante: sin su teclado de siempre. Cuando lo vi una ráfaga de pesar recorrió mis células:
Un envejecimiento rápido castigó su cuerpo y debió de dañar sus manos. Ahora sólo está a su lado la caja de cartón con las monedas. Su cabeza inclinada como la de un crucificado y sus ojos clavados en el empedrado como si eso fuese lo único existente en el mundo, su particular calvario.
Se percibe su aislamiento y que llegó el momento de claudicar ante la vida. La música, a la que tanto tiempo habrá dedicado, ya no sale de su piano, ya no provoca miradas a sus manos, que ligeras se movían por las teclas. Nada parece interesarle. Me produce desazón y sorpresa la rotura del binomio hombre-teclado y barrunto alicaído cuál pudo ser la causa: ¿Una enfermedad de huesos? ¿Será su alma la enferma? ¿Su penuria económica le habrá obligado a vender su inseparable instrumento? ¿Una avería irreparable habrá llevado el aparato a la basura sin poder ser repuesto? Deseo saciar mi curiosidad y preguntarle pero rápidamente desisto: temo invadir su espacio o ser irrespetuoso con su autismo social.
Una de sus canciones preferidas, y que bordaba, era “el hombre del piano” (grabada en español por Ana Belén) y con la que estoy totalmente persuadido se identificaba: “Toca otra vez, viejo perdedor, haces que me sienta bien...”
Pienso que ahora tendría que estar recibiendo los aplausos y sin embargo es la indiferencia lo que a nuestro paso le dejamos. Su largo chaquetón más que de cuero parece de acatamiento y resignación, de atrincheramiento ante un vivir de destartalada estructura contra el que no desea manifestar ningún reproche.
En recuerdo a tantos días que al aproximarme a él mi espíritu se solazaba con su música, dejo una moneda en su caja; nuestras miradas se cruzan por un segundo y sigo mi camino en silencio. Un aire cálido de empatía arropó la escena. Es mi memoria la encargada de que, a lo largo de unos metros, escuche alguna de las piezas que antes salían de sus dedos... y mi esperanza la que me dice que algún día volveré a verle golpeando sus teclas. Así sea.
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Lo que antecede fue escrito en 2009. Hace dos semanas que el artista del teclado ha vuelto y, de nuevo, tendré el placer de recorrer la calle al ritmo que él marque. Esto motivó el desempolvar estas líneas.
"Piano Man", gran pieza, gran canción a la esperanza... Esto es una carnicería, la sociedad no parece dar para más. Ver a un hombre caer en su vitalidad es demasiado común. Veo otros, como tú, que se rinden, que se rompen.
ResponderEliminarOjalá se pudiera.
Un abrazo y buenas fiestas a todos.
Buf, qué duro lo que has descrito. Que falte alguien en nuestro pequeño mundo de seres diminutos que van tirando en este caos antipático es un hueco doloroso imposible de rellenar. Y lo más curioso es que la verdadera riqueza de una sociedad no son los minerales o las materias primas o los beneficios. Son las personas. Estamos despilfarrando personas.
ResponderEliminarLo leo y lo releo. Vuelvo a empezar y me quedo con agridulce sabor de boca. Al leer el final, respiro hondo. Al menos me siento mejor después de saber que ha vuelto. Ese dulzor que te ha quedado a su vuelta es el mismo que dejas en tu escrito al final. Pero todo tu escrito está envuelto en una cierta melancolía y tristeza a la vez. Pero que se ve salvada con esa humana empatía de la que echas mano para a su vez tranquilizar al lector. Los que te leemos y te leemos en profundidad, sabemos de cada una de las emociones, ternuras y afectos que tan bien reflejas en tus letras. Has logrado calar muy hondo nuestros corazones y además refleja tu propia alma. Sublime. En estos días en los que la melancolía se adueña de nuestros corazones, te mando un saludo empático.Gracias.
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