La primera son las cafeterías "Amigo". Paradojicamente, son garitos de mal comer regentados por mujeres de peor carácter que parece que te hacen un favor cada vez que te sirven.
Después está el kiosco de "Deco". Las camareras son jóvenes, guapas y encantadoras. La comida tiene una pinta estupenda. Los precios rozan la extorsión.
Por último tenemos el café de la ONG WRVS ("Women's Royal Voluntary Service"). El sitio es de aspecto, como poco, peculiar. Lo lleva un ejército de voluntarias de uniforme violeta. Las que no son de edad muy avanzada tiene signos de algún retraso psíquico. He visto a alguna limpiar las mesas en andador. Todas se mueven muy lentamente, sufriendo el calor sofocante de un local de fachada Sur sin ventilación. La sensación al entrar es que te has equivocado de planta y has acabado en el departamento de geriatría donde, por algún misterioso motivo, un camión se ha estrellado contra la recepción desparramando un cargamento de scones, sándwiches de jamón, galletas y bolsas de patatas. Este es el sitio más frecuentado por mis compañeros.
Una vez acostumbrados a la estampa, llama la atención que estas ancianas de aparente mano lenta sirven con la misma celeridad que sus competidoras más jóvenes. Al pasar por caja, sabes que el pausado goteo de monedas acabara siendo el cambio exacto, la orden llegara como querías y todo vendrá a tus manos con una sonrisa sincera.
Satisfechas con la edad, prácticas en la vida. Lema de la WRVS. |
Este año, las voluntarias de WRVS ha donado al hospital unos dos millones y medio de euros. Suficiente para cuidar a mil neonatos en una unidad especializada o comprar una máquina de radioterapia que en su vida útil trataría a siete mil pacientes.
Formación continuada, gestión empresarial, estrategias, balances... A veces me da la impresión de que las empresas se sumergen tanto en formulismos que hasta para servir cafés hace falta un grado universitario. Entonces vienen unas viejecitas y hacen florecer su rincón regándolo con lo que ya nadie parece tener: tiempo.
Flipante... No se me ocurren cosas así por aquí. Por cierto, tienes la pluma muy afilada cuando describres el mundo. Me río, lo imagino, lo veo. Precios de extorsión, cafeterías "amigo", lugares extraños llenas de ancianas que sirven comida. No en qué planta, en qué mundo...
ResponderEliminarSaludos.
Caray, menudo halago. Muchas gracias :-)
EliminarSi una compañera religiosa que intenta comprar todo de ONGs y comercio justo no nos hubiese llevado a la WRVS varias veces creo que yo hubiese durado cinco minutos. La experiencia de que alguien más débil físicamente que tú te sirva es francamente extraña.
¿Podría decirse que, a pesar de lo chocante del escenario, el local de la WRVS es el más acogedor? Si la mayoría de tus compañeros acude allí tiene que haber una peculiaridad, un bien que no se cuenta, o que no se ve a simple vista. Me parece percibir, a partir de tus palabras, "algo" que no se puede medir con ningún metro ni otra medida. Si ese intangible "algo" se pudiera definir, seguramente, los partidarios de contarlo todo para quedarse con más que antes lo aplicarían a su negocio, y lo pervertirían (ambos, el "algo" y el negocio).
ResponderEliminarEL problema es que una parte considerable de ese "algo" viene de trabajar desinteresadamente. Por la edad y la condición física de las dependientas, sospecho que la mayoría han pasado bastante tiempo en un hospital, tanto como pacientes como acompañando a alguien. Ahora que la sociedad ha decidido que están muy mayores para seguir trabajando en un puesto remunerado, tener la oportunidad de ayudar a gente que ha sufrido lo que ellas es un regalo.
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