Cristina es muy dicharachera. Pasábamos los viajes en autobús hasta las clases con los carritos aparcados en paralelo y cotorreando de las niñas, las familias o el vecindario. Siempre parecía abrumada por la reciente maternidad, pero generalmente contenta. El último día de clases, en el viaje de vuelta, me preguntó algo que le rondaba la cabeza desde que nos conocimos.
Al empezar las clases, la organizadora nos advirtió de que todos los bebés llorarían en algún momento del curso. Mona lo hacía varias veces al día, pero nadie oyó nunca a mi Jueves. En casa, la situación era parecida. Cristina se sentía mal. Daba pecho a demanda, compartía cama con la pequeña, hacía lo que la sociedad bienpensante había recomendado. Hasta probaron la osteopatía craneal y el yoga. Aun así, veía el sufrimiento en los ojos de su hija de cinco meses con inquietante frecuencia. Luego miraba a Jueves, de biberón cada cuatro horas, chupete, cuna y sonrisa permanente. ¿Qué estaba haciendo mal? Mi respuesta le sorprendió.
¿Hipopótamo o rinoceronte? |
MIÉRCOLES: ¿Que tal llevaste el embarazo?
CRISTINA: Horroroso. Calambres, ardores de estomago, dormía mal... Fue una tortura.
MIÉRCOLES: Yo no. Nunca tuve ardores y me llegué a levantar por la mañana con moratones en las costillas de las patadas después de haber dormido de un tirón. Quizá lo que ves no es por nada que hayas hecho. Mona llora más que Jueves porque ser recién nacido es una experiencia bestial y, al igual que su madre, ha nacido más sensible. La mía llora menos porque, como yo, es más bruta.
De esta conversación hace casi dos años. Seguimos en contacto con las dos y, ahora que nos conocemos mejor, he observado que había otra posible respuesta. En estos meses, he visto a Mona en el carrito camino de una manifestación contra los recortes, andar con una pancarta anti-racismo, lucir una camiseta protestando por la pobreza infantil y apoyar al padre que corría una maratón por alguna ONG de la que ya ni me acuerdo. Todo mucho antes de sacar los pañales. Entonces sonrío para mis adentros ¿De verdad que Cristina podía esperar tener una hija tranquila?
Es curioso lo facil que es juzgar equivocadamente una situación, incluso cuando la has creado.
Ahora me has dejado muerto... No es nada científico, pero me resulta altamente probable. Con el dolor pasa lo mismo.
ResponderEliminar¿Mona? Vaya nombre, había una canción titulado así. "Ey, Mona! De Bo Diddley.
Saludos.
Es mejor ser bruto, siempre.
Lo del dolor lo pensé a raíz de una charla hace muchos años sobre la cantidad de anestesia que recibían ciertas pacientes ginecológicas según el país del que viniesen. En uno era total, en otro parcial y en otro "a pelo".
EliminarMona aquí se pronuncia igual que "moaner", "protestona". Una ex-compañera de trabajo nada agradable contaba que su madre siempre decía que debió llamarla así.
Oh, bueno, puede ser por mil cosas, la verdad... Yo no paro tanto como podría esperarse y, aunque Monstruita no es tranquilota, tampoco llora mucho ahora.
ResponderEliminarMil no creo que sean, no somos tan complicados y menos cuando la mitad del cerebro aún no nos funciona.
EliminarUn puñado, como mucho. Otra cosa es cuando empiezan a crecer y el efecto del temperamento se van mezclando con el de la educación y el ambiente.
Pero al principio es como el rompecabezas: aunque sean pocas piezas, sin información siempre es posible que varias encajen en el hueco.
Mona la activista! me apuntaré el nombre, que seguro en unos años la veremos hasta en la tele.
ResponderEliminarHuy, no sé. Son los padres los que la llevan a esos sitios y a ellos aún no los he visto en la tele :-). Son una familia muy inquieta y especial.
EliminarUno no debe renunciar a sus convicciones por el hecho de ser padres, simplemente hay que adaptarse a la nueva circunstancia (eso no es traición a las propias ideas).
ResponderEliminarDesde luego, aunque también pasa que cada persona que encontramos en la vida tiene su influencia en nuestras convicciones. En este caso es posible que hasta las refuerce.
EliminarSe echa de menos tu blog, especialmente después de que le cogieses el gusto a los espacios después del punto y aparte.