16 noviembre 2014

El acebal



 
Es el final de la tarde. Pacen calmosos unos semovientes en el silencioso ocaso que se acerca. Las enrevesadas formas alargadas de las nubes dejan pequeños resquicios por los que se despide el sol. El leve movimiento del ramaje de los acebos es como un pestañeo de la naturaleza. Cruje la grava al son del  lento caminar del magnánimo maestro y del atento pupilo; haciendo  el primero de su verbo viva enseñanza para el segundo.

Sin alzar la voz, casi susurrando, los dos caminantes  gozan de la palabra como la más placentera fruta del atardecer; degustándola a cada paso en concordancia con la quietud y el amplio horizonte  que les acoge. Nada perturba su plática: un remanso en el fluir vital, otrora lleno de cataratas y rápidos.

No importa el tema (el último libro, el próximo viaje,  la paternidad, el soberbio  autor que pasa desapercibido y la mediocre obra de la que todo el mundo habla…). El maestro, con afabilidad y sapiencia, suelta al aire  pensamientos y  sentencias que el aprendiz recoge con gozo y gratitud, como obsequio  inesperado,  como  refrescante lluvia en  tarde bochornosa. Y como neófito percibe la complacencia del instante, el  latir del universo proyectado sobre el suelo que pisa  y el roce de lo inefable.

Se despide del maestro al final del camino, contempla  el paraje de ocre pálido moteado de lamparones verdes,  llena sus pulmones del tibio aire y el alma se regocija con la satisfacción  de la apetencia colmada. 

8 comentarios:

  1. Si hay una palabra para definir todo lo expresado en este bellísimo relato, esa sería armonía. Y tal vez vaya acompañada de otra que va de la mano que sería serenidad. Ambas han quedado reflejadas no sólo en el paraje y la fotografía que recoge el momento, sino también en la expresión de la palabra escrita. La verbal fue anterior. Gracias por compartir pensamientos y encuentros conjuntamente con dos bonitas fotografías. Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Armonía y serenidad... ¡Eso es la gloria! Si un cachito de esa gloria he podido yo transmitir aquí, muy satisfecho quedo. Yo soy el agradecido por tu lectura y tan buena crítica. ¡Saludos dominicales!

    ResponderEliminar
  3. Caramba... Siento envidia de esa serenidad, ese estado, de tan raro e infrecuente, considerado como escaso. Preciosa la entrada en su letra y en la lírica que encierra la letra. Parece que el tiempo se detenga, realmente. Además del gozo de la palabra y la fluidez de ésta, está la naturaleza ahí al fondo, una auténtica celebración.
    Saludos, afortunado Demián.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Afortunado me he sentido porque es de esos momentos en que un conjunto de circunstancias del mismo signo favorable se unen pillándote en el vórtice de lo que acontece. Tiempo, espacio y persona convergiendo en deliciosa oportunidad. ¿Y si las casualidades no existieran? (Aquello que se decía en "El retorno de los brujos" que seguro has leido) Un abrazo.

      Eliminar
  4. Son momentos tranquilos, serenos y naturales; maravillosos de vivir y de recordar. Para eso están la escritura y la fotografía.
    Bonito.

    Saludos!

    ResponderEliminar
  5. Así es, José. La escritura se hace más fácil y la fotografía mero trámite. Agradecidos saludos.

    ResponderEliminar
  6. Es un gusto pasear con alguien que tiene algo interesante que decir, sobre todo rodeados de esos lustrosos árboles que ahora deben de estar adornados de rojo (aunque no suelen elegir los sitios más cálidos y acogedores precisamente).

    ResponderEliminar
  7. Es obvio que fue ese placer de un extraordinario paseo (buena compañía y lugar especial) lo que impulsaron la escritura de este post.
    Saludos, dafd

    ResponderEliminar