Don Mariano es un padre tradicional, distante, amigo de sus amigos y poco o nada dado a preocuparse de las andanzas de los demás miembros de la familia.
Sancha es la madre. Se casó muy joven, sin saber muy bien lo que hacía. Sueña con los años perdidos, cuando los obreros aún le lanzaban piropos, cuando las responsabilidades no la ataban. A veces el papel de matriarca le queda grande, pero tiene fe y cree que, con paciencia, tesón y sonrisas, la familia seguirá unida. Aunque Don Mariano es el que corta el bacalao, es tan distante que todos la consideran como la verdadera cabeza. Se siente sola, pero lo intenta compensar pasando todo el tiempo que puede hablando con sus hijos y conociendo a gente fuera de casa.
Sancha tiene dos hijos. El pequeño, Pablito, es muy listo. Su pujante adolescencia lo envuelve en constantes cambios de humor y hace que se rebele ferozmente contra todo lo que sus padres representan. Cree que no le entienden, los ve débiles y no ve la hora de zafarse de ellos. Los odia, porque sabe que son los que mandan. Sancha cree que podría llegar muy lejos si se aplicase. Ve en él la juventud que ella hubiese disfrutado si la realidad de la madurez, con sus hipotecas, obligaciones con parientes europeos, etc no la aferraran a un gris presente. Así, aguanta el chaparrón a la espera de que al pequeño se le pase la edad del pavo.
El hijo mayor, Albert, es el único que ayuda a Sancha a aliviar su soledad. Un chico respetuoso, educado, formal y aplicado. De los que cuando le preguntaban de niño a quien quería más, si a papá o a mamá, siempre contestaba "a los dos igual". Hace lo que puede por que todos se lleven bien entre ellos, lo que multiplica el rencor y los celos que su hermano siente hacia él. Como cualquier hijo, sueña con vivir su propia vida, lejos de sus padres, pero es consciente de su edad y acepta que el momento de volar aún no ha llegado.
Como buena familia española, viene con abuelos. Bueno, abuelos maternos, la familia de Mariano hace tiempo que se fue. La abuela Carmena, tiene especial debilidad por Pablito. Su rebeldía le recuerda su juventud y la de Sancha, así que le consiente todo y hasta le da algún aguinaldo para sus vicios. Intenta interceder por él pero, como cualquier abuela, no puede evitar mimarlo. El abuelo Villarejo es otra cosa. Es más adusto, más directo y no duda en censurar las faltas de Pablo, como si la autoridad que hace tiempo perdió con los hijos alguna vez hubiese existido con los nietos.
A pesar de todo, España tiene una familia bastante tradicional, ya sabes cómo somos en Latinoamérica, culebrones de los buenos! x)
ResponderEliminarPero los culebrones suelen ser sobre familias que en apariencia son las más respetables. Dicho esto, no me importaría ver el vídeo de cuando se liaron a guantazos en la asamblea nacional de Venezuela hace dos años.
EliminarUn fresco familiar que parece querer salir del lienzo y cobrar vida propia.
ResponderEliminarY lo hace. Todos los días en la portada de El País. A ver si para de una vez.
EliminarJa, ja, al final, todo queda en familia. Que curioso que este fresco familiar se podría trasladar a la actualidad política, casi tal cual. Lo que todo queda en familia ya no es tanta casualidad. Y es que seguimos en estructuras clientelares-familiares en estas latitudes. Un gozada leer el escrito. Saludos.
ResponderEliminarNo sólo en esas latitudes, no hay más que ver a las familias Clinton y Bush o cómo Downing Street parece otro dormitorio de Eton. Será la globalización.
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