Pero el sábado ocurrió algo curioso: Un grupo de predicadores se dieron cuenta de que sus métodos de evangelización necesitaban cambiar. En lugar de un orador para toda la calle, ese día eran tres. Todos armados de un buen amplificador y micrófono inalámbrico con bluetooth (la palabra del Señor toca más conciencias en alta fidelidad). Además, llamaron a una pandilla de amigos para que dieran ambiente con algún "¡Aleluya!" varios "Amén" y unos "¡Oh, yeah!" muy "Gospel".
El discurso de los misioneros era el de siempre. Cuando vi a los dos primeros, con su pandilla de acólitos, me acordé de aquella historia del virtuoso del violín que tocó un Stradivarius en el metro de Washington. Si nadie se paró entonces para apreciar la belleza, es obvio que chillar trozos de un libro que tras dos milenios en el mercado casi nadie lee es un esfuerzo estéril. Seguí mariposeando de tienda en tienda.
Cristo de Dalí. Kelvingrove Art Galery, Glasgow |
Entré en una tienda y cuando salí el ateo se había ido. Entré en otra, y llegó un musulmán. Después se acercaron un par de adolescentes. Más tarde, un homosexual. El predicador se enzarzó con todos. Los debates no eran brillantes y siempre acababan con ambos interlocutores comprensiblemente convencidos de que el otro era demasiado gilipollas para ver la luz, pero me fui a casa con una sonrisa: Puede que nadie haya aprendido de aquellos intercambios; me sorprendería que alguno de los participantes supiese quién fue Platón, cómo se escribe Nietzsche o en qué siglo vivió Confucio. Pero todos dejaron sus quehaceres diarios para pararse a pensar.
Y así concluye la extraña historia de cómo un predicador evangelista inculto, homófobo e intolerante me devolvió la fe, sino en Dios, por lo menos en la humanidad.
Yo confieso:
ResponderEliminarMe ha encantado la escena. Siempre los fantáticos se acaban por encontrar, para reafirmarse en sus polos opuestos.
Losing my religion... a todos los niveles, casi.
Pero el vídeo del Stradivarius, me parece genial...
Un abrazo.
A mí también me gustó la escena. Es de las que sólo ocurren en este país porque, aunque los predicadores de calle también son normales en EE.UU., tengo entendido que allí sería de mal gusto increparles. Ocurre también con los comediantes de monólogos, que aquí gritarles se considera parte del espectáculo.
EliminarMi fe va por días. A veces pienso que ya lo he visto todo, pero luego viene días como hoy, que leo que The Guardian (equivalente británico a El País) hablaban bien de Rajoy, y vuelvo a pensar que todo es posible.
Comparando esta estampa con la del Stradivarius me pregunto si quizá no será que para apreciar la extrema belleza hace falta una extrema sensibilidad, mientras que con la vulgaridad empatizamos todos.
El encuentro entre gente con puntos de vista tan dispares sin que ocurra nada más grave que un intercambio de palabras me parece que nos debe congratular, como dices, con el género humano. Viva la palabra, la que nos define como personas.
ResponderEliminarEl hecho de que alguien muy seguro de sus ideas crea que debe hacer proselitismo no me parece en sí mismo vituperable, siempre que persuada con el discurso, no con la fuerza. Casi, fíjate, me parece peor síntoma la falta de interés (el pasotismo), la falta de un discurso en el que depositar la fe. No obstante sin perder, en ningún momento, el sentido crítico.
No es solo el encuentro pacífico lo que me gustó ver, también que se dejase lo cotidiano para hacer un esfuerzo por pensar y exponer ideas.
EliminarEl problema con este predicador callejero era precisamente la falta de sentido crítico. Yo también prefiero el proselitismo al pasotismo, pero cuando se pierde la capacidad de razonamiento, no importa lo buena que sea tu idea, el esfuerzo de convicción suele ser estéril.