Demian no tenía muchos juguetes ni los echaba en falta. Sus entretenimientos favoritos eran la caja de herramientas y el tintero con la pluma; ambas cosas su abuelo las dejaba a su alcance. De la caja de herramientas tomaba el martillo y unos clavos y con una desatención muy atenta observaba cuando su abuela se alejaba; en ese momento hincaba un clavo golpeando con el martillo hasta hacerlo desaparecer en uno de los escalones que llevaban a la cocina.
Cuando el abuelo estaba ausente, se sentaba en la silla del pequeño escritorio, destapaba el tintero, tomaba el mango cónico, le insertaba la pluma, cogía un papel, y se ponía a la faena: garabateaba unos cuantos renglones lo más parecido posible a lo que escribía su abuelo (a esa edad el desconocimiento de lo que era una letra o una palabra era absoluto). Puesto el punto final, se acercaba a su abuela y, con una demanda de elogio en los ojos, mostrábale el trabajo.
Cada cierto tiempo, no recuerda si semanas o meses, se despertaba al sentir que estaba siendo vestido por su abuela. Adormilado y todavía de noche salían a la calle en dirección a una parada de autobuses: iban a una aldea próxima a visitar a dos tías-abuelas. Con el pasar del tiempo el malestar del madrugón se iba transformando en un particular alborozo provocado por la seguridad de saber que sería mimado, que le mostrarían el fruto del último parto de la vaca, que iría hasta el corral a observar las gallinas y recoger sus huevos, que sería aupado al brocal del pozo para que se viese la cara reflejada en el agua; pero, sobre todo, sabía que allí también había martillo y clavos con un atractivo rellano de blanda madera. Sus tías mirarían para otro lado cuando él golpease con el martillo. La complicidad, el cariño y el esmero de éstas para que las horas pasadas allí por Demián fuesen de gozo hicieron de aquella casa un imperecedero y cálido recuerdo para él.
También de imborrable recuerdo era aquel tío de voz armoniosa y delicado trato que, por intervalos irregulares, estaba en casa. A su lado parecía más suave el pasar de las horas y más entretenidas las siestas en verano: siempre había un nuevo cuento antes del sueño vespertino. Llegaba con un regalo y se iba dejando una estela de cordialidad y afecto.
Eran años en que sus tres hermanos y sus padres no contaban mucho. Estaban en su vida pero los encuentros eran puntuales y él se mostraba reticente a un trato de confianza y camaradería. Esta actitud en el verano quedaba corregida desde el primer día: la familia al completo se trasladaba a un lugar de playa, Demián bajaba su guardia y su integración era plena. El agua salada y el sol animaban su espíritu y los días pasaban alegres. Terminadas las vacaciones, el tener que volver con sus abuelos le llevaba a un pensamiento que reiteradamente asomaba: sus padres no eran sus padres y sus hermanos no eran sus hermanos. No desmenuzaba la hipótesis, ésta iba y venía sin demandar atención o análisis. Nunca reveló a nadie su existencia. Un día desapareció de su cabeza y jamás volvió. Pasados los años, pudo comprobar que tal idea no era algo singular, que innumerables mortales habían tropezado con ella. Al fin y al cabo era la versión infantil de la inevitable pregunta... ¿de dónde venimos?
No lo sé, pero sé que tener un reino en la infancia, como este señor Demián, deja un hilo de esperanza para los años siguientes. Y unas notas de melancolía, a veces. Quizás no.
ResponderEliminarQue historia tan rica. En gentes y lengua, mimada y cuidada. Que felicidad senzilla, que seguramente es la mejor. Con el martillo me he sorprendido; con el papel y la tinta me he maravillado. Es casi como un acto mágico.
¿Se puede sentir añoranza por algo que no has vivido?
Saludos.
Creo que sí, que puede añorarse lo no vivido. Nuestro interior alberga ideas difusas que no acertamos a encontrar su origen, pero nos arratran hacia ellas. Toman tal fuerza que se sienten como vividas, así como tantos hechos vividos se van perdiendo en el andar del tiempo.
ResponderEliminarUf, no sé si podrá entenderse lo dicho.
Gracias por tus palabras, Igor. Seguiremos dando martillazos y ensuciando papel.
Un abrazo
El niño Demián rezuma en experiencias plenas. Recuerdos y más recuerdos que le son imposibles de desdeñar. Tan vívidas han sido a lo largo de su niñez que, el niño Demián goza contándolas. Sus recuerdos son los recuerdos de una infancia llena de recovecos en los que su sensibilidad se ha encargado de trasladarlos y bordarlos en ese papel en blanco con aguja de plumín.¿Ese esa foto real?Me refiero a la del plumín las plumillas y el tintero ¿O ha sido bajada de internet?. Qué casualidad, por mis recuerdos de infancia colecciono plumas. No de gallinas que también las colecciono. De nuevo te remito a la lectura de una entrada que hice en su momento y que también va en la línea de encuentros y recuerdos con el mundo rural. Esto sólo si hay tiempo y si se desea. O simplemente por una mera curiosidad.http://yotanci.blogspot.com/2008/06/quines-son-ellas.html
ResponderEliminarEl niño Demián es rico en experiencias, en diversidad de lugares, en agasajos, querencias y cambios a lo largo de su vida. Muchas tablas ha adquirido este niño Demián a lo largo de su vida.Un gran tesoro acumulado. Siempre tan llenos estos relatos de la infancia. Espero que la nostalgia no paralice el contínuo fluir de la vida. Saludos.
tanci:
ResponderEliminarSeguirán algunos recuerdos más de Demian porque, efectivamente, quedaron en mi memoria muchas vivencias de aquellos años.
La foto es hecha por mi. En la actualidad sigo en posesión de unas cuantas plumillas que me siguen despertando agrado con la perfección de sus formas y el peso del tiempo en la levedad de su metal.
Un abrazo y hasta la próxima.
Muy interesante el articulo a mi me acostumbraron a escribir con pluma y desde entonces no lo puedo dejar cuando lei su post me encanto la historia
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