Se fue mi amiga T…
Nos dejó su risa, su generosidad y su encanto de juventud. Agotada de la lucha sin tregua ha partido hacia lo más alto una mañana sin sol, buscando la luz de lo eterno. La última vez que estuve con ella tenía planes, ilusión y energía interior; o eso me pareció. Cuando ayer he vuelto a sentir su presencia, estaba rodeada de flores, que distorsionadas en sus formas por el discurrir de las lágrimas, atestiguaban su ausencia física para siempre. El aire estaba preñado de dolor, las palabras sonaban en una vacuidad que comprimía las venas, los abrazos eran prolongados como queriendo evitar abrirse a lo ocurrido y encerrar una vida que se escapó arreciada por el desaliento, el mundo se achicaba en una atmósfera trágica, los llantos negaban la aparente irrealidad, el tiempo para la asunción del lastimero adiós se antojaba infinito, y plúmbeo era el pesar que se cernía sobre todos aquellos por quienes era tan querida: deudos y amigos.
Querida T:
Ya no podré volver a abrazarte, nunca más tendré que preguntarte ¿cómo va la vida? No volverás a hablarme de tu trabajo, de tu novio o de tu viaje a Londres. Ahora sé que estás bien, que el peso de los 27 años con nosotros es la causa de tu prematuro descanso, que la aparente irracionalidad para los de “aquí” es diáfana senda para ti. A pesar de todo ello, te seguiré llorando, seguiré, por siempre recordando cuando, con tus 10 añitos, descubriste la orla de mi hija en su graduación de bachiller; agradeciéndote la confianza que en mí has tenido creyendo que podría enseñarte algo y lo distendido de tus confidencias cuando te acercabas a la mayoría de edad. De esas fechas guardo el tan estimado obsequio que, con tus amigos, me habíais hecho: ese libro cuya página más destacada es la primera, donde están vuestras dedicatorias… Qué palabras tan hermosas.
Y… querida T:
¡Qué amigas tenías! ¡Qué palpable el desgarro de sus corazones! ¡Qué añoranza de tus gracias! ¡Qué congoja la falta de tus besos! ¡Qué pesar por tu partida! Con sus pañuelos anegados en lágrimas te despedían y, sin saberlo, se contradecían porque te seguían sintiendo en si mismas. Así sea.
¿Se deshelará la nieve
cuando la muerte nos lleva?
¿O después habrá otra nieve
y otras rosas más perfectas?
¿Será la paz con nosotros
como Cristo nos enseña?
¿O nunca será posible
la solución del problema?
(F.G. Lorca)
cuando la muerte nos lleva?
¿O después habrá otra nieve
y otras rosas más perfectas?
¿Será la paz con nosotros
como Cristo nos enseña?
¿O nunca será posible
la solución del problema?
(F.G. Lorca)
No puedo decir más que que lo siento mucho. Un abrazo para ti.
ResponderEliminarNo termino de comprender esos adioses tempranos. No corresponderían por ley natural, pero existen. Segura estoy que T atesorará esas bellas palabras que le has dedicado con tanta ternura y sensibilidad como tú has guadado ese libro dedicado con cariñosas dedicatorias. Es lo que nos queda al fin. Es lo que nos enaltece como humanos y como seres empáticos y solidarios. Hoy siento tus palabras tristes, por eso me uno a tu dedicatoria. Tan personal e íntima. Un abrazo, Demián.
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