28 diciembre 2015

Solsticio de tristeza

Menos mal que el solsticio de invierno ya paso, porque sigo en estado semicatatónico.

Hace unos días mi cabeza se planto en huelga de mínimos, así que me fui a los técnicos y les quite del escritorio el trabajo más monótono que tenían, pasar las imágenes de los pacientes del TAC donde fueron tomadas al ordenador donde se va a diseñar su tratamiento de radioterapia y, una vez en él, delinear los órganos más sensibles. Lo de delinear órganos de riesgo me recuerda mucho a esos libros de colorear para adultos que tan de moda están últimamente. Para mi, después de años de practica, es relajante y algo que se puede hacer sin pensar. Pero abro el TAC de uno de los pacientes de pinta y colorea y tiene un aspecto muy raro. Voy al cajón donde se guardan los historiales. Efectivamente, leyendo sus notas se ve como es posible que sobreviva, pero también que esta persona daría todo lo que tiene por que un tumor maligno fuese su único problema. El médico que documenta la historia ha sumado a la cascada de tecnicismos de siempre palabras de compasión y se ve que hace un gran esfuerzo por mejorar la vida del paciente con algo más que la eliminación de la enfermedad. Sentí un nudo en la garganta. Empezó a costarme respirar. Primero fue por lo que leía, después, por algo peor. Sorpresa. Sorpresa de darme cuenta que llevaba meses, quizá años, sin pensar en mi trabajo más que como una responsabilidad, papeles que cubrir o, en los mejores días, un puzzle a resolver. Después de un largo invierno denunciando que mis antiguos gestores habían matado su vocación a golpe de hojas de calculo y bases de datos, descubrí que la mía había estado en coma. El despertar dolió, como solo puede doler sentirse vivo.

Supongo que ahora toca comentar si encontronazos con la vida como este nos hacen mejores profesionales. El tópico es que sí, pero creo que depende de las circunstancias. Te hace más consciente, más preocupado y, por extensión, más lento. En tiempos de bonanza no es problema pero, si los pacientes se multiplican y los profesionales se restan, si la calidad se tiene que sacrificar en pro de la cantidad, el corazón puede ser un lastre.

En fin. Felices fiestas. O no. Hay cosas mucho peores que la tristeza.

12 diciembre 2015

Todo es bajo en las Tierras Altas

Mi nueva casa está a 270 km de Glasgow. Por poner las cosas en perspectiva, en Coruña conduces eso y acabas en la frontera con Portugal o en Gijón, según por dónde tires. Desde Barcelona acabas en Carcassonne, Huesca o Castellón de la Plana. Sal de Madrid y llegas a Burgos o Albacete con algo de cambio en el cuentakilómetros. En resumen, la distancia es suficiente para ver un cambio claro.

Desde el comienzo del invierno (marcado por un vendaval que de un golpe dejó los árboles sin hojas), toda la familia hemos sentido la llamada de las matas, o la imperiosa necesidad de no salir de la cama hasta Febrero por lo menos.

Para mí, lo peor de Diciembre no son las bajas temperaturas (aún no hemos visto temperaturas negativas) o que a las tres y media sea de noche. Las fotos que muestro fueron sacadas a mediodía. El solo está tan bajo que parece a punto de ponerse. Las flechas señalan al sol.
Haga buen tiempo o no, vivimos en un anochecer continuo. La lluvia no se evapora, la gente no se despierta y mi reloj de pulsera solar se recarga con la lámpara de la mesilla de noche. Mientras que más al sur pedimos jornadas cortas en verano prometiendo recuperar la productividad en los meses fríos, en las Highlands el sueño es echarse a dormir hasta que el sol vuelva a ponerse a las once de la noche.

Barómetro
No sólo los días son más pequeños que en la cálida Glasgow, la gente también. En contra del tópico de que los europeos del norte son todos torres, llegar a las Highlands ha supuesto que, por primera vez en dos décadas, no me sienta pequeña. Además no es sólo mi impresión. Algo que nunca ha faltado en mis trabajos ha sido un viejo barómetro de pared. Antiguo y coñazo, pero tan sólido que ni en la era digital se tira. Para leerlo hay que poner los ojos a la altura de una gotita de mercurio, así que suele colgarse con ésta a la altura del trabajador medio (o del jefe). En mis destinos anteriores he sufrido el choteo de mis compañeros cada vez que leía el trasto subida a una banqueta. Aquí no hay en qué subirse, ni hace falta.

Otro cambio que he notado es que la gente aparenta más joven. En mi primera salida al pub con los compañeros de trabajo las pintas dieron paso a las preguntas indiscretas. Una compañera de Londres se puso a calcular a ojo las edades de los asistentes. Yo coincidía en silencio con sus impresiones. Siempre fallamos en al menos seis años. Supongo que la falta de sol retrasará las arrugas, pero lo que ya no veo es por qué nadie (ahora ni siquiera yo) tienen bolsas bajo los ojos.

Finalmente, aunque siendo española me he acostumbrado en seguida, al venir de Glasgow he notado que donde faltan estatura y arrugas sobran palabrotas.

En fin. También hay diferencias en la arquitectura, el idioma o la comida, pero por hoy ya llega. Las mantas me reclaman. Al menos se acerca el solsticio de Invierno.

02 diciembre 2015

Escribir, escribir, escribir

Los modernos occidentales nos creamos necesidades. O eso se dice ¿Será eso lo que me ha ocurrido?

Hace una década me di cuenta de que de que se me estaba oxidando el castellano. Empecé a bloguear. El estilo y los temas fueron cambiando. Hace unos meses cambiaron las circunstancias.

Mi situación en el trabajo era irracional y espectacular a partes iguales. Conforme los más espabilados ponían pies en polvorosa, yo seguía a pie de obra, esperando mi momento. Para sobrellevar el internamiento escribía una carta semanal a los exiliados donde freía a los responsables en salsa agridulce. Se llamaba "La gaceta del yu-yu". Tenía pocos lectores, pero muy devotos. Decía cosas como...


Hace dos meses que llegué a las Highlands. Ya no hay gaceta del yu-yu. Pensé que a estas alturas habría vuelto a mis viejos hábitos, pero nada. Ni una línea en un mes.

Ahora son mis libretas de trabajo las que se llenan de lo que raya la escritura automática. Páginas y páginas de ideas que mi maltrecho cerebro se niega a dejar escapar. Esta mañana abrí una y me encontré algo así:

Escribir, escribir, escribir. Parece que me he creado una necesidad.