Todas las estaciones de ferrocarriles tienen un olor especial, la de Benarés más penetrante; todas tienen trasiego de personas y bultos, la de Benarés más intenso; todas están envueltas en un aire de premura, la de Benarés de urgencia clínica. En ella tomaremos el tren para Khajuraho.
Cuando el autobús nos deja en su entrada, los abundantes escalones de una escalera atestada de gente nos reta al ascenso. Con esfuerzo, y buscando un hueco por donde colarnos y que nuestra maleta no tropiece, culminamos la cima. Es el principio de un pasadizo que aparenta interminable, donde la prisa y la condensación humana hacen laborioso el avance. Semejamos diligentes hormigas, que con su carga a cuestas, llegan a su hormiguero: esquivamos, bordeamos, frenamos, aceleramos para no perder al anterior y miramos atrás para confirmar que somos seguidos... Vislumbramos el andén desde lo alto y acometemos el descenso para alcanzarlo. No es cómodo el recorrido pero promete un final.
Se hace un recuento y ya todos estamos a pie de tren. Tratamos de recuperarnos, bebemos agua, enjugamos el rostro, soltamos alguna frase y esperamos...
El tren, con su carrocería llena de muescas de los miles de kilómetros recorridos, hace su aparición y se detiene. Se abren las portezuelas de los vagones y un flujo humano se vierte por ellas. Antes de que esto remate, con el último viajero en el pescante, empezamos a subir los que estamos abajo y buscamos pronto acomodo.
Los departamentos están muy usados y poco limpios, pero la privacidad que nos presenta y su ambiente fresco – es el único vagón con aire acondicionado – hacen sentirnos bien acogidos y privilegiados.
El bregado ferrocarril, como un gigantesco gusano metálico, con negligente actitud, pone en marcha sus circulares patas y comienza a moverse. Chirría el acero, crujen las juntas, silva al inmenso cielo, se curva y se endereza de nuevo, se adueña del terreno que pisa y avanza complacido con su estómago indigestado de seres.
Son más de cinco horas las programadas para el trayecto. Charlar y dormir, con la ingesta de alguna golosina por medio, serán las actividades recurrentes. Ni el tedio ni la ansiedad son admitidos como compañeros de viaje y sí nos acompañan la hilaridad y el buen ánimo.
Con el aviso de que nuestro destino está próximo se van tomando posiciones: primero bajaremos las maletas y, sin dejar que empiecen a subir, haremos nosotros “el salto”.
Renqueante y fatigado, el largo gusano se para y comienza a vomitar por su costado.
Estamos en Khajuraho.