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26 enero 2011

India (XII) DELHI




El viaje concluye, y Delhi es la última etapa. Aquí remata este oleaje de descubrimientos que aún nos reserva unas horas intensas antes de la despedida.

El hotel está atestado de gente y el calor húmedo no ceja en su opresión. La ciudad transpira a borbotones de claxon, dejándose recorrer por un fluido denso de motores y personas; se convulsiona o serena según el barrio y, en mutación perfecta,  bien conmueve con una escena de carencia extrema o bien se muestra soberbia con sus joyas arquitectónicas.

Delhi respira el aire de la supervivencia sin aparente terapia para una mejoría, arrastra historia secular y vive intensamente una juventud espléndida de ecuménica proyección; su corazón late con el vigor necesario para que nada se pare.

Como células sanguíneas enquistadas en el metálico artilugio con aire acondicionado, discurrimos por las venas de la metrópoli haciendo recesos frecuentes.

Nos detenemos a ver el Mausoleo de Humayun. Nos tomamos con tiempo el recorrido por el complejo de QUTB: sentimos su antigüedad entre sus ruinas de 1198 y fotografiamos su emblemático minarete, al que sus 72 metros de altura le hacen no tener rival en todo el globo.

También visitamos el RAJ GHAT, donde un fuego de imperecedera llama recuerda al libertador de la India, Mahatma Ghandi. Su mausoleo es de geometría sencilla en mármol negro, rodeado de un entorno de plácido aire y verde suelo.

Con cierta fatiga y mucha satisfacción, entrada la noche, celebramos la última cena y despedimos a la vieja y nueva Delhi, a la legendaria y emergente India, a la infinita nada de un todo precario... pero siendo sabedores de que una despedida así, jamás es un adiós.




06 diciembre 2010

India (XI) Más de Jaipur


En el retorno a Jaipur desde Amber hacemos un alto en la carretera, aparcamos en la orilla de un lago que contiene en su interior el maravilloso palacio de Jal Mahal: una isla de belleza entre la quietud de unas grises aguas.



Continuamos viaje descubriendo los encantos de la ciudad rosa. Un aprendiz de mago, que no parece tener más de diez años, nos distrae durante unos kilómetros con sus juegos de prestidigitación en el estrecho pasillo del autocar. Con unas rupias en el bolsillo y nuestros aplausos de reconocimiento se despide de nosotros con una enorme sonrisa.


A Jai Sing, desde muy joven, su interés por las matemáticas y la astronomía le llevaron a construir un observatorio astronómico que, con gran exactitud, le permitían conocer la hora y la posición de los planetas. Una extensa plaza que, a cielo abierto, alberga unos grandes ingenios medidores de longitudes y ángulos y doce pequeñas edificaciones referidas a los signos zodiacales nos entretiene durante un buen rato.



Un descanso, una cerveza y un corto tramo en autobús: estamos en las puertas del Palacio de la ciudad.

En rosa y blanco, en el centro de la urbe y con aire de pasado principesco, un ostentoso recinto se nos presenta.

Integra patios, miradores, edificios varios con cámaras diversas, un museo de armas, tapices y vestimentas reales y un lujoso pabellón, el Chandra Mahal. Es la residencia del raja actual de Jaipur; quien , con más pompa que poder, más significado cultural que político, permite el acceso a unas partes del mismo previo abono de una cantidad no despreciable.



Lo que resta de día lo empleamos en visitar unas tiendas. En una de ellas elijo una tela, me toman medidas para una camisa y a las cuatro horas me la hacen llegar

Un chapuzón en la piscina del hotel con un frío té a la salida nos tonifica y relaja para la cena: nos vamos a un restaurante de típica cocina india donde dos bailarinas danzan mientras manducamos sabrosas viandas.







25 noviembre 2010

India (X) JAIPUR

Es primera hora de la mañana. En Jaipur, ciudad rosa y de trazado moderno, ya impera el barullo.

En una de sus avenidas, un edificio destaca en la acera: el Hawa Mahal. Son cinco pisos de curvadas ventanas con celosías que conforman una colosal galería. Desde la calle nada se puede ver hacia el interior; sí ocurre lo contrario: quien está dentro divisa todos los aledaños sin ser visto. Esto hacían las mujeres y concubinas de palacio, pudiendo ver la vida en las calles así como la entradas y salidas de su señor. Además, esa multitud de oquedades provocan unas corrientes de aire que refrescan el interior. De ahí su apelativo de Palacio de los Vientos.

Sin jardines que lo circunden e integrado absolutamente en la configuración de la capital, es una construcción que difiere drásticamente con todo lo que anteriormente habíamos visto.


A pocos kilómetros está la ciudad de Amber y su fuerte. Y ahí nos detenemos.

Hemos llegado a él a lomos de un elefante que, con lento paso y esfuerzo grande, venció la zigzagueante cuesta de acceso a la fortaleza, permitiéndonos con su altura una observación espléndida de la ciudad y del lago que está en la misma falda de la colina que vamos ascendiendo. La voluminosa estampa del paquidermo y su caminar parsimonioso hace más ceremonial la entrada en la clara y ocre explanada de la fortaleza.

El Fuerte Amber es un complejo, a varias alturas, de pabellones, galerías, patios, jardines, pasadizos, y, naturalmente, un palacio. Construido, en su mayoría, en mármol blanco, con un largo corredor de celosías y del que destaca el llamado Salón de los Espejos, por ser éstos los qué, en formas pequeñas, cubren sus paredes.

Una vez más, el rojo de la arenisca y el blanco del mármol - con algunas otras tonalidades marrones descoloridas – se mezclan en perfecta conjunción.
Todo el conjunto queda circunscrito por una larga muralla que sigue la línea divisoria de las montañas que lo rodean.

Ocupamos un buen tiempo en verlo todo, pero no podemos demorarnos mucho: Jaipur todavía tiene más cosas que mostrar... Y aquí os las contaré.

01 noviembre 2010

India (IX) Seguimos en AGRA.




A corta distancia del Taj Mahal y también en la orilla del río Yamuna nos topamos con el Mehtab Bagh.

Se dice que Shah Jahan lo había ideado para que fuese su tumba pero el cautiverio al que fue sometido por uno de sus hijos le impidió rematar la obra.

De nuevo la combinación de la arenisca roja y el mármol blanco, en dos obras separadas por un jardín y pasillos central y laterales, proporciona un resultado de contraste y esplendor.

Un patio amplio precede a lo que pudo haber sido una réplica del más famoso túmulo de India. Mientras nos recreamos en su contemplación, unas juguetonas ardillas nos seducen con sus carreras y miradas traviesas que quedan perpetuadas en nuestras cámaras.



Algo más nos queda por ver en Agra: su conocido Fuerte. Construido en el reinado de Akbar (s.XVI) y modificado por sus sucesores.

Dentro de sus más de dos kilómetros de muralla roja encierra edificios de distintas épocas, patios interiores, pasillos, galerías con bellas arcadas, salones y una terraza blanca que, al igual que otros miradores del fuerte, está orientada al Taj Mahal. Así, en él, pudieron descansar cada día los afligidos ojos del viudo y prisionero Shah Jahan, humedecidos por la ausencia de su apasionado amor y el dolor del encierro ordenado por su hijo.

Nuestra visita ya tiene su gota romántica y nosotros la preciosa panorámica aderezada con una historia.

Los muchos y variados compartimentos son testigos de las miradas curiosas que a diestro y a siniestro lanzamos. El largo transitar por la fortaleza es largo y a su término dejamos ésta por una puerta distinta a la usada para la entrada. Es un portalón noble y sobrio unido al puente que salva el foso de protección de esta hermosa ciudadela. Cuando lo cruzamos sabemos que también nos estamos despidiendo de Agra.




A nuestra espalda queda; y al frente: Jaipur. Allá nos vamos

17 octubre 2010

India (VIII) EL TAJ MAHAL

Descanso recuperador, abundantes viandas de desayuno y primera visita en Agra.


La romántica historia del enamorado emperador musulmán del siglo XVII que, ante el desconsuelo producido por la pérdida de su esposa, erige en su recuerdo el mausoleo más admirado del mundo, a todos nos conmovió.

El deceso de Mumtaz Mahal en el parto del décimo cuarto hijo hirió de muerte el alma de su rey y señor, Shah Jahan. El deseo de éste por inmortalizar el amor a su favorita ida, se materializa en la construcción de un panteón de esplendorosa arquitectura: el Taj Mahal, donde lo musulmán, persa e indio se complementan y refuerzan en armonía plena.



El cielo está gris y la temperatura es alta cuando llegamos a la explanada que antecede al Darwaza: edificio de piedra roja que bajo sus arcos nos da acceso a un escenario de esplendor y belleza.

Un estanque central, bordeado de jardines y calles, refleja en sus aguas el blanco monumento que perfila en el cielo un cuadro de perfección y absoluta simetría.

Contemplamos, fotografiamos y disfrutamos tan solemne momento y lugar. Desechando la urgencia, nos vamos acercando al majestuoso sepulcro de geometría y fulgor cautivadores.

Blanquecino, como una deidad de la proporción y el equilibrio, emerge hacia el firmamento con la perfección de sus formas y la elocuencia de su mármol. En sus cuatro vértices, otros tantos minaretes, esbeltos guardianes de su recogimiento y encanto. La adorada dama duerme eternamente y eterno ha de ser el cuidado de sus sueños.

La panorámica se completa con la mezquita y el jabaz – se cree que en tiempos fue alojamiento de peregrinos –a izquierda y derecha respectivamente del Taj Mahal según nuestra perspectiva. Por el costado del jabaz discurre el río Yamuna, ofreciendo el frescor de sus aguas al conjunto. La piedra, los jardines, el agua; todo parece integrarse en una composición minuciosamente modulada que complace al visitante.

Ya descalzos, penetramos en la cámara central para luego recorrer su perímetro exterior y retornar al punto inicial.

Yo tengo la persuasión de estar pisando uno de los más evocadores sitios del planeta, y, arrobado en este clima tan sugestivo, trato de apresar con mis ojos todo el paisaje a mi alcance antes de abandonarlo. En mi retina queda, y en mi alma vive.

04 octubre 2010

India (VII) KHAJURAHO y más


En Khajuraho visitamos el templo de Kandariya Mahadev y su entorno. Es una amplia zona de césped y calles salpicadas de construcciones religiosas de la época medieval y uno de los lugares más significativos del tantrismo.

El nombrado templo – esbelto y bello – alberga en sus paredes a centenares de tallas de motivo erótico: metros cuadrados de elegía en piedra al amor carnal.

Lo recorremos y admiramos durante un buen rato, también otros monumentos, un museo, paseamos por el complejo y nos sentamos a beber un refresco para dar por terminada la estancia. “Por la concupiscencia al cielo” pienso cuando cruzo la salida en dirección al autocar.

Ciento sesenta kilómetros de carretera y en el lejano horizonte nuestro siguiente alto.


ORCHHA.


Ciudad decrépita de 8000 habitantes por la que deambulamos con parsimonia y curiosidad. Nos diluimos en sus calles, nos fotografiamos con sus gentes y acudimos a su monumento emblemático: el Palacio Real.

Amplio, de roca y altos muros con influencias chinas, poco cuidado, de tres pisos con varias terrazas y escaleras, balcones colgantes e innumerables paredes de celosía.

Pasamos entre sus piedras una parte de la mañana y seguimos camino... Sólo 12 kilómetros de carretera y ya nos encontramos en la que será nuestra nueva estadía:

GWALIOR

En esta población, en lo alto de una colina, destaca una extensa construcción defensiva: el Fuerte de Gwalior.

Desmesurado y prepotente, permanente vigía de todo lo exterior a sus más de 2 kilómetros de perímetro, protegido por muros de 10 metros de altura que unen una serie de torreones circulares y un guiño de coqueteo con sus adornos de cerámica azul. Erigido para ser inexpugnable, hoy se nos presenta dócil y nos deja participar de su vastedad y belleza.
                                                                              
Cuando ya lo dejamos a la espalda, y sin terminar el descenso, nos paramos ante unas esculturas labradas en la misma piedra del monte. Y seguimos hacia la estación.

Otra vez hemos de tomar el tren. En esta ocasión, la estación es pequeña y el tramo a recorrer también: 160 kilómetros. Viajamos en un vagón sin compartimentar, con aire acondicionado y un refrigerio servido por un azafato. También hay prensa y vemos en ella las fotos del accidente ferroviario que hubo el día anterior con más de 60 muertos.

Cuando nos apeamos, las primeras tinieblas nos anuncian descanso. Nos vamos al hotel persuadidos del disfrute que traerá el día por venir. Estamos en AGRA

20 septiembre 2010

India (VI) EL TREN




Todas las estaciones de ferrocarriles tienen un olor especial, la de Benarés más penetrante; todas tienen trasiego de personas y bultos, la de Benarés más intenso; todas están envueltas en un aire de premura, la de Benarés de urgencia clínica. En ella tomaremos el tren para Khajuraho.



Cuando el autobús nos deja en su entrada, los abundantes escalones de una escalera atestada de gente nos reta al ascenso. Con esfuerzo, y buscando un hueco por donde colarnos y que nuestra maleta no tropiece, culminamos la cima. Es el principio de un pasadizo que aparenta interminable, donde la prisa y la condensación humana hacen laborioso el avance. Semejamos diligentes hormigas, que con su carga a cuestas, llegan a su hormiguero: esquivamos, bordeamos, frenamos, aceleramos para no perder al anterior y miramos atrás para confirmar que somos seguidos... Vislumbramos el andén desde lo alto y acometemos el descenso para alcanzarlo. No es cómodo el recorrido pero promete un final.

Se hace un recuento y ya todos estamos a pie de tren. Tratamos de recuperarnos, bebemos agua, enjugamos el rostro, soltamos alguna frase y esperamos...



El tren, con su carrocería llena de muescas de los miles de kilómetros recorridos, hace su aparición y se detiene. Se abren las portezuelas de los vagones y un flujo humano se vierte por ellas. Antes de que esto remate, con el último viajero en el pescante, empezamos a subir los que estamos abajo y buscamos pronto acomodo.

Los departamentos están muy usados y poco limpios, pero la privacidad que nos presenta y su ambiente fresco – es el único vagón con aire acondicionado – hacen sentirnos bien acogidos y privilegiados.



El bregado ferrocarril, como un gigantesco gusano metálico, con negligente actitud, pone en marcha sus circulares patas y comienza a moverse. Chirría el acero, crujen las juntas, silva al inmenso cielo, se curva y se endereza de nuevo, se adueña del terreno que pisa y avanza complacido con su estómago indigestado de seres.



Son más de cinco horas las programadas para el trayecto. Charlar y dormir, con la ingesta de alguna golosina por medio, serán las actividades recurrentes. Ni el tedio ni la ansiedad son admitidos como compañeros de viaje y sí nos acompañan la hilaridad y el buen ánimo.


Con el aviso de que nuestro destino está próximo se van tomando posiciones: primero bajaremos las maletas y, sin dejar que empiecen a subir, haremos nosotros “el salto”.

Renqueante y fatigado, el largo gusano se para y comienza a vomitar por su costado.

Estamos en Khajuraho.

11 septiembre 2010

India (V) SARNATH

Después de un copioso desayuno y 15 kilómetros de recorrido en autocar nos hallamos ante la puerta del templo de Sarnath: lugar de atmósfera acogedora, despejado a la vista y donde casi somos los únicos visitantes. Emblema del budismo por recordar el primer sermón de Buda después de recibir la iluminación. En manifiesto contrapunto con el hacinamiento de la ribera del Ganges, paradigma del hinduismo y que dos horas atrás nos tenía atrapados. Agradecemos el contraste y aceptamos el presente.

Yo me siento como el navegante que, después de cruzar aguas turbulentas, llega al remanso de generoso sosiego.

Sólo nuestras voces perturban el aquietante silencio que se esparce por el verdor amplio que rodea a la legendaria stupa que, en mayestática calma, preside el recinto.

Paseamos por las calles que surcan la uniformidad de un frondoso césped, contemplamos y admiramos la stupa, escuchamos la historia de Buda y acabamos a la sombra de un árbol y sobre la hierba, en entera conjunción con el entorno. Aquí tratamos de seguir una meditación / reflexión guiada por Miguel.

Mientras ocurre todo lo referido, un grupo de religiosos budistas, en procesión, van recitando sus rezos, circunvalan el templo y terminan también sobre el verde suelo.

Sentimos el alma del “Iluminado” y todos parecemos contribuir a llenar su barriga oronda.

Respirando abdominalmente un aire de oración y complacencia, y a paso lento, enfilamos la salida.

Pronto hacemos una parada en un pequeño templo dedicado también a Buda. Una imagen dorada de éste lo preside desde un altar y los laterales son pinturas alegóricas a su vida. Tiene toda la apariencia de una iglesia católica.


El siguiente alto será en la estación de ferrocarriles. Ya os contaré.

30 agosto 2010

India (IV) CREMACIONES




Un suelo esponjoso y calcinado jalona nuestros pasos y nos envuelve en un vapor agrio y ceniciento. Subimos la pequeña pendiente cubierta de la escoria resultante del diario quemar de cuerpos: una alfombra de muerte tejida en siglos de tradición con hebras de fúnebre ritual. A la izquierda, pilas de leña que, en solidaria combustión con el cuerpo del finado, le limpiarán de toda cicatriz de pecado y le elevarán a la suprema paz, convertido en humo que se diluirá en la infinitud de los dioses. Es la playa donde todas las olas rompen y agotan su existir.                        



Por unas  escaleras barnizadas de inmundicia accedemos a la parte alta:  unos acarrean leña, otros nos miran con pasividad, dos perros se pelean, algunos visitantes – solapadamente - hacen fotos, una escuálida figura masculina duerme sobre una losa, una anciana mira al horizonte con rostro indolente, un hombre sentado sobre sus piernas parece gozar de su voluntario ostracismo, angostos cubiles acogen a moribundos entre sus paredes de mugre esperando el momento de arder en la pira de la redención... La temperatura es alta y la muerte cristaliza en un laberinto de callejuelas y batiborrillo de gente.



Una de estas callejas nos sirve para abandonar el lugar: estrecha y pestilente, de firme cenagoso y sórdido ambiente, perfilada por cuchitriles decorados de miseria, transitada por gentes y ganado respirando la absoluta carencia. Su recorrido impresiona a los sentidos y lacera el alma. En mi interior la bautizo como el “callejón de la náusea”.



Desembocamos en la parte alta del ghat Desaswamedh – donde tuvo lugar la ceremonia al anochecer – que ya es un hervidero de pedigüeños, niños y santones reclamando el primer óbolo de la mañana con cansina contumacia.

Entre la turba, damos el último paseo por la zona, hacemos alguna fotografía, aceptamos un rápido masaje, y aspiramos el aire concentrado como gesto de despedida al Ganges.



El alma la tenemos ahíta de sensaciones pero nuestro estómago es una oquedad inconsolable. Acogemos con agrado la idea de acudir al hotel. Pero...

Benarés, jamás serás olvidado.

19 agosto 2010

India (III) Amanecer en el Ganges.




En total sincronismo con la aurora, llegamos de nuevo al Ganges. Hoy, la ceremonia es el río en sí : esa corriente de líquido misticismo y sucias aguas.


A bordo de una barca y al compás del leve ruido de sus remos nos deslizamos aguas abajo. La placidez reina en nuestros corazones y el aire húmedo del amanecer parece portador de una anhelada armonía con el cosmos. Se habla poco. Algunos depositan en el agua velitas encendidas, y a popa se quedan titilando ofrendas y plegarias... Esperanza y fe, cuna de toda mitología.



El lento navegar nos permite ir viendo los ghats – balnearios de sultanes y reyes – que, por decenas y de muy variada arquitectura, ocupan todo el flanco derecho del cauce. Todos ellos terminan en unos escalones que se pierden en el agua. En ellos tiene lugar un cotidiano ritual de rezos, abluciones, lavado de ropa y todo tipo de enseres, baños y cremaciones: Toda impureza o mancha podrá ser borrada por las aguas redentoras del sagrado río, corazón del hinduismo, que hace de Benarés lugar de peregrinación, y, de su latir, la perpetuación de milenarias creencias.



En el cielo, unos lánguidos rayos dorados rasgan su vaporosa túnica argentada. Nuestra pequeña nave gira para, en sentido contrario, repetir el recorrido. Otra vez podemos recrearnos en tan marcado lugar y en las tan singulares escenas de esta hora mañanera; “contaminarnos” de sosiego para el espíritu y alcanzar la pureza en unas aguas putrefactas. Lo uno y su contrario, la absoluta diversidad en el todo, así es Benarés,así es India.



Nuestro corto periplo termina en los ghats de Mani Karnika y Harischandra; los destinados a las cremaciones. Echamos pie a tierra y ascendemos hasta ellos en una nube de ensimismamiento y emanaciones del “más allá”.

Hablaré de ello.

10 agosto 2010

India (II) BENARÉS

Benarés – Varanasi en sánscrito –, la meca del hinduismo, es una ciudad que impacta cuando la pisas. Su religiosidad, concentración y pobreza inflaman al visitante.


Situada en la ribera del Ganges, recibe de éste su carácter sagrado, de tierra empapada de espiritualidad y señalada por los dioses.


Cada día, en la orilla del río, cuando las tinieblas van cubriendo sus tranquilas aguas, tiene lugar una ceremonia... Y en ella estuvimos.


Llegamos al lugar después de un trecho recorrido en rickshaw y otro caminando. En el primer tramo, cada triciclo va a la zaga del anterior y marcando el camino al siguiente, formando un largo gusano que serpentea por las estrechas calles entre los peatones, motocicletas y animales. El tramo final lo hicimos a pie: imágenes, sonidos y olores tomaron más fuerza y cercanía. Casi en “fila india” vamos sorteando personas, animales y cosas... excitándonos más a cada paso y expulsando las toxinas acumuladas en nuestro cómodo vivir occidental.


Cuando alcanzamos el río la atmósfera es de festejo y culto. Una tribuna elevada da vista a una calle atestada de gente y en la que desembocan otras con intenso fluir de seres. En ella, pegando al río, siete tarimas presididas por un pequeño ara serán el escenario del ritual crepuscular.


Ocupamos los asientos y una liturgia de danza, fuego, incienso y música comienza. Los oficiantes, de llamativo color azafrán, hacen piruetas con sus cuerpos y garabatean en el aire complicadas figuras de oro con sus antorchas y candelabros. Los altavoces lanzan sones sagrados al cielo y el incienso carga la atmósfera de un aroma penetrante que nos arroba. Un halo de intimismo y fervor se expande por el lugar, cae la noche, y Shiva colma de gracia a sus devotos en el baile del universo.


Concluye el acto, y del recogimiento pasamos a enfrentarnos de nuevo con el intenso vibrar de las calles y el ensordecedor concierto de bocinas. Hay que retornar al hotel y reponer sueño y fuerzas ya que a las cuatro treinta de la madrugada volveremos al mismo sitio para ver y “vivir” el amanecer en el Ganges.

Será en el próximo post

(Mi agradecimiento a Miriam por sus fotos.)

02 agosto 2010

INDIA (I)





Llegué a este país con los ojos y el espíritu abiertos. Los primeros, se anegaron de imágenes; el segundo, se expandió y contrajo al ritmo de lo percibido por los sentidos. El fluir fue continuo.



India me recibió con calor y humedad asfixiantes, bullicio en las calles y atronador sonsonete de cláxones. En seguida tuve la sensación de una nación desbordada, donde todo dique había desaparecido ante un mare magnum de gentes, culturas, religiones y lenguas: Igual que el rebaño que huye descarriado en todas las direcciones y nada pueden hacer las órdenes del pastor o la amenaza de los perros.



Dormí en hoteles, comí en bares y restaurantes, visité templos y fortalezas, me trasladé en aviones, autocares, trenes y rickshaws, deambulé por sus calles, regateé en alguna tienda, me dieron un rápido masaje a orillas del Ganges y respiré – a pulmón abierto – el tórrido y denso aire de aquella tierra. Una tierra que se le puede clasificar de casi todo menos de aséptica y amorfa: Imbuye y contagia de su idiosincrasia a quien la pisa y a nadie deja indiferente.



Ya en casa, deshaciendo la maleta y mirando las fotografías, me vienen a borbotones recuerdos y reflexiones... Como el mar bravo que remueve todo cuanto en sus aguas se encuentra, un torbellino de pensamientos, escenas, figuras y sensaciones golpean mi cabeza: lógico devenir de lo allí vivido.



El viaje ha sido organizado y capitaneado por el viajero y periodista Miguel Blanco, auxiliado por su eficiente ayudante de campo, y también periodista, Paz Llamas. En total un grupo de 28 personas que, en diez días, compartimos vivencias y el pálpito de un país singular y vasto.


Visitamos: Varanasi (Benarés), Khajuraho, Orchha, Gwalior, Agra, Jaipur y Delhi. Cada ciudad, cada rincón me impregnaron de su particularidad. Ahora, por cada poro, iré exudando en tinta lo genuino de cada lugar. Será en sucesivos posts...que no quiero cansaros en el primer envite.