04 mayo 2023

¡Ay, señor! ¿Es que todos piensan en los niños?

Hace unos días salió a la venta la segunda parte de la ya famosa colección de libros infantiles coordinada por Arturo Pérez-Reverte "Mi Primer Autor", a la que esta vez se unen nuevos escritores de literatura para adultos. La primera vez que se editó, hará unos diez años, fue un éxito claro, bienvenido y nada controvertido. Ya no. 

Miguel López, alias Hematocrítico, un experimentado tuitero de humor metido a columnista de crianza para GQ, creador de podcasts, maestro de educación primaria y escritor de cuentos para niños se sintió ofendido. Dijo que, si esa colección se llama "mi primer autor", está dando a entender que gente como Gloria Fuertes, Janosch,  Arnold Lobel, Dr. Seuss o él mismo no son "autores". Los escritores infantiles son, según sus propias palabras, "invisibles en este país". Y tiene razón, en parte. Naturalmente.


"A mi, huestes tuiteras."
Obras para la primera infancia como las de la colección "Mi Primer Autor" y las escritas por Hematocrítico están enfocadas a personas que aún no leen libros, por así decirlo, "con capítulos" y ostentan diferencias de bulto con la literatura de etapas posteriores. Para empezar, las ilustraciones y el formato (tamaño, resistencia del papel y las tapas, etc) son tan importantes o más que la trama en sí. Los creadores infantiles que han escrito e ilustrado sus propias obras como Eric Carle, Janosch, Dr Seuss, Sendalk o Lovel son universalmente admirados porque destacan en varias artes. Los escritores que entretienen durante cientos de páginas como Arturo Perez-Reverte, Juan Marsé o Rosa Montero han demostrado calidad en su oficio de juntaletras. El escritor de historias infantiles que desee el mismo reconocimiento tendrá que probar el mismo esfuerzo y talento de una forma o de la otra. 

Otra diferencia destacada de los libros para primeros lectores es que no los escogen dichos lectores, sino los adultos que les rodean. Adultos persuadidos de su excelente juicio porque el niño que recibe sus cuentos es bueno, cariñoso, un premio Novel en potencia y lo adora. Esos adultos, además, tienen Twitter. Ya hay polémica, avivada magistralmente por Hematocrítico y Pérez-Reverte, a quienes se les regaló munición a raudales para sus columnas semanales.
Azuzando, que es gerundio.

Las fauna que pobló ambas facciones fue lo que me resultó más curioso, quizá porque cada uno encaja con visiones de lo que solemos desear o considerar como una vida de éxito para los niños. Por un lado, para ellos se desea que tengan una vida intensa, fascinante y que su irrepetible mezcla de talentos sea admirada por multitudes. Pero por otro, para nosotros, pedimos que tenga una pareja estable, un trabajito fijo y que nos traiga nietos a comer casa los domingos. La biografía de quienes compra los cuentos determina la afinidad con un autor u otro, con una forma de vida u otra. Como es natural, los números estarán del lado del más "normal", "corriente"o, usando el sinónimo escogido por Pérez-Reverte, "mediocre". Hordas de apabullante superioridad numérica defendieron al maestro de escuela coruñés del puñado de belicosos espartanos del corresponsal de guerra universal.

No sé qué es el éxito. Mi Jueves, que no es ajena a esta colección, ya elige sus lecturas, que suelen ser de escritores desconocidos por mi. Pero un bando de este rifirrafe me ha marcado. Tres tipos de tuitero que me sacan de la indiferencia. Un primer batallón, el de los que cuando citan grandes referentes de la literatura infantil sólo se acuerdan de los de lectura obligatoria en su infancia o los que se han hecho famosos por las adaptaciones cinematográficas, me dejó tocada. El siguiente, el de los que sueltan con desparpajo el acrónimo LIJ ("literatura infantil y juvenil") y se convierten en enterados de Schrödinger (porque muestran simultáneamente conocimiento, al citar lenguaje en boga, e ignorancia, al meter en el mismo saco la versión para bañeras de "La vaca hace mu" con "La isla del tesoro" de R.L. Stevenson) me hirió. Finalmente, el tercer batallón, el de quienes alaban a Hematocrítico al tuit de "mi niño no lee nada, pero tus libros los devora", como si el mayor mérito estuviese en atraer al lector menos cultivado, consiguió finalmente que yo, que durante años había seguido a ambos creadores con nula animosidad e interés variable, quedé tan saturada de postureo y vulgaridad que me daría vergüenza ser vista con un libro de Hematocrítico. Aunque sea "riquiño".

13 junio 2021

Vuelve el futbol

Mañana es el GRAN día. La selección escocesa vuelve a una competición internacional tras décadas de no atreverse ni a soñar con ello.

La excitación es enorme, colosal, omnipresente. El campo de fútbol de mi vecindario va a quedar yermo de tanto peloteo. Las escuelas de las Highlands tienen permiso para interrumpir las lecciones y retransmitir el evento. Se ha pedido hasta que el día sea festivo.

A todo esto, a pesar de que se habla del tema hasta en los canales de música de la radio, he tenido que bucear en Internet para enterarme de los detalles. Que son veintitrés años desde la última vez, que el partido es de la Eurocopa, pospuesto desde el 2020 y que el contrincante es la República Checa. Si hay algo enternecedor en todo esto es que, para la "Tartan Army", todo esto es completamente irrelevante. Actúan como si, en lugar de una competición en la que es casi seguro que no duren, les hubiera tocado un viaje gratis a Disneylandia. Mejor, porque a Disneylandia se puede volver, para otra Eurocopa se da por hecho que habrá que esperar otro par de décadas, año más, año menos. 

Inicialmente me sorprendió que se permitiese que los niños en las escuelas de primaria vean el partido. ¿Y si su querido equipo pierde? Parece que da igual. Nunca ha sido tan sentido aquel tópico de "lo importante es participar". 


Nadie se lo monta como Irn Bru.




11 mayo 2021

Estais todos locos y ya encontré el cable.

¿Cuanto tiempo ha pasado? Debió de ser una buena siesta. Lo último que recuerdo que se cayó el ordenador y no volvió a funcionar sin el cable. El cable iba justito y acababa en un enchufe escondido en una esquina polvorienta. Para escribir con el portátil tenía que moverme menos que la cadera de Echenique. Y así, de un porrazo, se me acabó la vocación bloguera. Bueno, también porque en las Highlands somos cuatro gatos y no me apetecía perder el anonimato.

Pero a veces, a minúsculos males, enormes remedios. Cambié de casa y ahora el enchufe está más cerca. La nueva peste hace que el motivo por el que empecé (no olvidar mi lengua) vuelve a existir. Para colmo de bienes, entre Netflix, Facebook, Twitter e Instagram, por aquí no queda nadie. Nunca me encontraréis. 

El caso es que me voy un rato y se va Trump, se va Pablo Iglesias, Bill Gates se divorcia y Miguel Bosé está muy ido. Solo queda la Reina de Inglaterra. Los talibanes ya no son los malos, ahora son los chinos, que es peor, porque son más. Debe de ser este mundo de liquidación por cierre que nos hemos hecho más conformistas. Antes la gente hacía maratones, ahora se bajan la aplicación para contar pasos. Gracias a la fulminante revolucion tecnosanitaria, cada vez más gente abandona la triste existencia de casa-coche-trabajo-coche-casa por la triste existencia de salón-cocina-retrete-salón-cama.

Me voy a dormir, a ver qué queda en pie cuando me despierte.

29 julio 2018

Cuando calienta el sol

He hablado varias veces (cuando hablaba) de la primera nevada del invierno en Escocia. Nunca hasta ahora de lo que pasa con una ola de calor, más que nada, porque no habíamos tenido una de verdad.

Llevamos un par de meses de sol y calor inauditos. Playas llenas (al menos veinte personas). Lugareños color salmón. Inflación de 20 peniques por bola de helado en la heladería local. Un olor a crema solar que debió llegar hasta los satélites Galileo. Después, un par de semanas de nubosa normalidad. Pero el Jueves, a traición, el norte británico volvió al calor. Sudan hasta las moscas y yo, absorta en la acaparación de latas para la apocalipsis post-Brexit, sobrevivo el trabajo sin reservas de café helado. En las esquinas, algunos colegas vuelven a cuchichear sueños de invasión del congelador de Quimioterapia.

Al fondo a la izquierda está la marabunta.
Llega la noche (bueno, la hora de la cena, que si espero a que el sol baje nos da la madrugada). Un ruido seco anuncia la muerte súbita por achicharramiento del transformador de electricidad local. Se fundieron los plomos, de verdad. Kitboy y yo salimos al jardín y lo que vemos es al contingente de vecinos mayores saliendo a sus jardines a ver que pasa. Uno de ellos nos cuenta la historia de los apagones en el barrio en los últimos treinta años. Es majo, pero en ese momento extraño mucho Internet. Después, una vez decidida la táctica de acoso a la compañía de la luz, nos dispersamos.

Kitboy había llamado al servicio técnico nada mas oír el ruido del transformador. Le dijeron que enviarían a alguien pronto y que, una vez llegado el electricista, la reparación tardaría unas dos horas. Me pareció mucho tiempo para darle a una palanca pero, una vez llegado el coche, entendí la razón. Antes de empezar a trabajar, el hombre tiene que dar y recibir parte a media docena de jubilados. El tiempo que duró el apagón salimos a la calle, paseamos, hablamos, cogimos libros de papel para leer... fue como la infancia que relatan los vídeos de pedagogos del BBVA, pero sin aprender nada. Una cosa que me resultó extraña es que fuimos los únicos vecinos no jubilados en salir a la calle andando. El resto de nuestra generación o más jóvenes lo hizo en coche, aún no entiendo por qué.

El viernes siguió la tónica climatológica. Encontré en el armario un vestido de algodón de los que me pongo en verano en España y me convertí en "influencer", aunque sin regalos. Después de más de un año, por fin se materializó el fulano que arregla aires acondicionados. Los gemidos de placer que generó su visita son demasiado explícitos para describir en un blog para todos los públicos. No soy capaz de salir del edificio para comer y en la cantina me encuentro el panfleto que me indica que, a lo mejor, se acerca el fin del mundo:


Hoy todo es recuerdo. Justo cuando llegaba la luna roja se apuntaron varios nubarrones a la fiesta y de ahí, todo cuesta abajo. Pero aún queda el recuerdo del día en que las Tierras Altas de Escocia llegaron a los 27℃.

08 febrero 2018

Empiezan los Juegos de Invierno

Nunca me ha interesado el deporte de competición. La última vez que participé en un evento deportivo fue de traductora y la última vez que vi uno debió de ser Barcelona 92. Hoy espero impaciente al principio de los Juegos Olímpicos de Invierno. La culpa es mía, por haber parido, y de Javier Fernández.

Con cinco años llevé a Jueves a patinar sobre hielo por primera vez. No me soltó la mano, no dejó el bordillo, las pasó canutas. Pero nunca la vi tan triste como cuando se tuvo que sacar los patines. La siguiente vez aprendí y fuimos en el horario del club de patinaje artístico. Nos apuntamos juntas a las clases. Con el tiempo, la pista le ha dado seguridad, amistades y una medalla de oro.

Las competiciones deportivas se viven de una forma bastante irritante en estas tierras. Mientras que España es un país que se regodea en sus derrotas y miserias, el Reino Unido (y muy en especial, Inglaterra) mira al pasado y sólo ve victorias. Siempre es un ultraje cuando la selección inglesa pierde un mundial (y otro, y otro) de fútbol. Así, no aspiran a ninguna medalla en patinaje, pero hasta los medios más "neutrales" se llenan la boca con las que ganaron la pareja de Torvill y Dean hace más de veinte años, mientras animan a los medianamente decentes Coomes y Buckland. Aunque Javier Fernández quedó cuarto en las últimas olimpiadas, al hacerlo en una disciplina en la que los británicos no tienen nada que rascar (individual masculino), no existe.


Fernández con la rutina preferida de Jueves, por ser "técnicamente difícil, pero también divertida".

Pero Javier no es un atleta cualquiera y mi hija lo puede entender. La pista a la que va Jueves se reparte entre sesiones para los tres equipos de curling, tres de hockey, cuatro de patinaje sincronizado y las de patinaje artístico (junior y senior), así como las sesiones abiertas al público. El hielo se acondiciona de forma diferente para cada disciplina y eso cuesta tiempo y dinero. Por todo lo anterior, a Jueves sólo le quedan dos horas semanales para practicar. Además, el día en que tenga que pasarse a los patines profesionales tendremos que ir a la tienda especializada más cercana, que está a dos horas en coche sólo ida. Fernández empezó en una de las apenas ocho comunidades autónomas con pistas de hielo permanents (Madrid, cinco, la mitad que en Escocia con dos millones de habitants menos). Aunque ahora entrene en Canada, compartir podio con canadienses, rusos o japoneses con tan pocos medios (a saber cómo consiguió el tiempo de entrenamiento, los patines, los trajes, etc) demuestra un talento y un tesón descomunales.

En resumen. Estos Juegos Olímpicos no son sólo la oportunidad de estimular a mi hija viendo a los mejores en su deporte favorito, es una lección de cómo el tesón nos puede llevar a alcanzar lo imposible y de cómo la humildad o el orgullo de un país (o persona) no siempre se corresponde con su auténtica valía.


Este equipo no es especialmente conocido, ni practica una disciplina olímpica, pero son algunos de nuestros héroes locales.