11 septiembre 2011

Tiempos oscuros

Demian no ha sido un niño feliz, tampoco desgraciado. Creo que, como la mayoría, poseedor de días de luz y días de tinieblas.  Sea hoy día de rememorar éstas últimas.
Desde que tuvo memoria y hasta los 7 años fue un niño querido, rodeado de una atmósfera de quietud y amparo proporcionada por sus  abuelos  y su metódica vida.  A pesar de ello la sonrisa no venía a sus labios con facilidad. Eran los primeros años de la década de los cincuenta y el país rezumaba tristeza,  hipocresía y pobreza. Había colores que aún no estaban en la paleta de España y los que abundaban no provocaban alegría: negro, marrón y todas las tonalidades del gris. Sólo en algunas ocasiones, como ante un tablero de parchís, se llenaban los ojos de rojo, amarillo o azul.

Para Demian, el color predominante era el negro, un negro "sotánico" y absorbente.
 Sus abuelos eran personas muy piadosas que diariamente acudían a misas, rosarios o novenas. Él les acompañaba en estas celebraciones tan poco alegres como inapropiadas para un párvulo de 4 o 5 años.  Se sentía   muy familiarizado con las sotanas –negras-  de aquellos curas de sonrosada y santa faz,  con sus rezos y ceremonias, con los velos –negros-  de las  enlutadas señoras que siseaban en los bancos de la iglesia y con las  inquietantes e inquietas figuras de sombra –negras-  dibujadas por las velas en cualquier recoveco del templo...

Y negro creyó ver el final de esa vida que estaba empezando y en la que ya no cabía esperanza de salvación. Era la conjura del pecado en un mundo que desatendía  la diaria advertencia que  el encasullado señor  proclamaba con vehemencia desde un púlpito repujado en oro y levitando sobre los bancos: las llamas calcinarían al no contrito y el sufrimiento  acompañaría al descarriado en la infinita sucesión de los siglos.

 Demian salía del templo apretando la mano de su abuela, absorto en torvas imágenes que su imaginación creaba y bajo la mortecina luz de las farolas.  Un rescoldo agrio de soledad se colaba entre las calles, sentíase  el frío.  Era perentorio la protección  del hogar y el calor de las mantas.

Comenzó a pensar en el bien y el mal, el pecado y la gracia, la felicidad eterna y el eterno castigo; en las también eternas fuerzas que dirigidas por el Creador balizarían su existir de principio a fin. Estaba atrapado en un apretado corsé que apenas le dejaba respirar. En su joven cerebro se formó la idea de un mundo en el que él era un pequeño peón con escasas fuerzas para acometer su conquista. Poco  podía hacer. Si del camino se salía el oprobio le haría añicos. ¡Y quedaba mucho por recorrer!  Contaba para la andadura con un macuto ligero y  las  señas de un destino que no era de su agrado...

Y así,  echose al monte.




6 comentarios:

  1. Unas notas sombrías sobre un mundo que se fue. ¿Del todo? Una viaje a un país atenazado por el miedo. He intentado descifrar que sentía y que veía aquel niños entre interminables sermones, bajo el peso de las sotanas, que podrían ser de colores y encender las antorchas de la esperanza, y en cmabio, creo entender, fustiagaban el temor. «las llamas calcinarían al no contrito». Si te sales de la senda, ¡zas! Palo.

    Entiendo que es un arranque o que el monte es un abrir los pulmones a un aire puro.
    Qué viaje. Aquí, esperando en la siguiente posada.
    Saludos.

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  2. ¿Del todo? No, pero sólo quedan unos restos que ya no son significativos del "hoy" Hay sucedáneos, pero eso lo dejaremos para otro día.
    Has descifrado y captado el temor del niño acorralado.
    El monte necesita una adaptación que ocupa un tiempo, eso le pasó a Demian.
    Más vivencias de este muchacho vendrán.
    Tu visita,Igor, estimula y se agradece.
    Saludos

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  3. Relato auténtico, perfectamente dibujado.
    Me pregunto, no sin escalofríos, hasta que punto es pasado.
    Un saludo.

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  4. Juglar, ya a Igor le decía mi pensar. Creo que efectivamente es pasado:no puede compararse la eficacia de unas palabras sacerdotales hoy a la que tendría 50 años atrás.
    Saludos

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  5. Lo mejor de tu relato Demián es que es pasado. Y es un pasado bastante pesado. Pesado en el recuerdo cuando uno lo estimula y lo quiere hacer vivo. Pero creo, en mi humilde opinión, que esas vivencias no han atenazado a Demián lo suficientemente como para quedar colgadas a plenitud en su subconsciente haciéndole demasiada mella. Creo además que la paleta multicolor de la vida ha ido transformando los colores canelos, marrones y agrisados en un maravilloso espectro de tonalidades más llamativas para Demián. Y que siendo Demián un auténtico desbrozador de lo auténtico, de lo natural y de todo auqello que llenan los sentidos, ha conseguido hacer que el arco iris de su vida permanezca más tiempo del que hubiera esperado cuando de niño apretaba la mano de su abuela. Si, creo que Demián hizo bien "tirándose al monte"(expresión canaria). El monte seguramente nunca lo juzgaría ni por sus acciones, ni por su pensamientos ni tan siquiera porque se perdiera en él. Lo mejor que hizo Demián fue confiar en el monte. A otros el monte les llenó de vida y alegría por aquel entonces y hasta fue una tabla de salvación. Demián debería agradecer que el monte estuviera cercano a él.
    Me ha conmovido por lo auténtico y veraz en la descripción de aquella época de canelos, marrones y grises.También me ha gustado la manera en que lo relatas provocando ese sentimiento de empatía y de comprensión a lo que se vivió por esos años.¡Qué bueno que continúan los montes a nuestro lado! Saludos

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  6. Has acertado en la diana, tanci:
    sí que otros colores llegaron, sí que es auténtico (muy vivído), y sí que el monte fue la salvación. Un monte con árboles que le dieron cobijo en las tormentas y sombra en el estío, árboles de hojas que al caer traían esperanza y reflejos atractivos y vivos, árboles de hojas con palabras por ambas caras y encuadernadas...
    Desde el monte, saludos con arco iris

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