11 mayo 2012

El párroco


(Una aldea de Galicia.  Años 1958/59/60)

Resoplando como consecuencia del asma y el tabaco, con una preponderancia de abdomen destacada y unos ojillos vivarachos, aparece el párroco por la escuela. Habla de historia sagrada, de liturgia católica y del catecismo. Y pregunta… Sobre todo del catecismo, materia obligatoria en el programa escolar y prueba de acceso ineludible para la “primera comunión”.

Escuela e Iglesia están en concordancia absoluta: saberse la parábola de la semana es equivalente a conocer los ríos de España, las partes de la misa a las capitales de Europa.  Los dogmas de Roma y la liturgia católica son inseparables en el concepto de la vida para aquellos párvulos que por su edad nada se cuestionan; tan normal como la comida o el sueño, los árboles o las nubes. Al menos esa es la percepción de Demian, quien ve en el pecado un  mal inmisericorde que aplasta al que con él conviva.

Las palabras del clérigo suenan a personal advertencia para cada niño: nada se le escapa al Todopoderoso, nada queda sin castigo. Los enemigos del alma –el mundo, el demonio y la carne, decía el catecismo- acechan sin descanso, son densos nubarrones a punto de estallar en tormenta, es menester estar siempre alerta.

El mundo interesa a Demian, anhela conocerlo y estar inmerso en él.  El demonio le resulta un ser maligno, desobediente y soberbio y, como tal, le inspira miedo. La carne, a pesar de su corta edad, algo en su interior se la presenta deseable y apetitosa. Mundo, demonio y carne se le ciñen como un halo  viscoso atenazando sus miembros e imposibilitándole para la salvación. Por momentos se sume en la congoja y desea no haber nacido, evitando así una prueba que a él se le antoja insuperable.

 Pero lo peor es la infinitud de la pena. No le parece justo jugarse una eternidad  a cara o cruz según la oportunidad de pasar por el confesionario antes del juicio final, mas él no es nadie para cuestionar lo que, con toda pompa y certeza, le viene de aquel ser de descolorido hábito negro con autoridad divina. Trata de aprehender la eternidad pero una y mil veces se le escapa. Se da por vencido: es la fe y no la razón la qué ha de imperar.

Se despide el párroco, suena la campana anunciando el recreo y un cielo benevolente, que tan lejano parecía unos minutos antes, acoge a Demián en sus juegos.

Vendrán días de férrea lid contra el pecado, otros que terminarán en el desmayo y muchos en que  se hará el sordo y ciego para apartarse del opresor código de la virtud.

6 comentarios:

  1. Dando volteretas en el aire. ¡Cuánto en tan poco! Se lee este recuerdo con la infancia desfilando frente a la ventana donde estoy.
    La figura del párraco. Nítida.
    El cielo y el patio, tierra de libertad. Bien los recuerdo.
    La eternidad. ¿Será que sabemos de ella porque nunca conseguimos atraparla?
    Mil aromas en este tarro literario.
    Saludos.

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    1. Sí Igor, volteretas cada día más excentricas, cuanto más me alejo del origen más próximo lo siento. Y llegan esos aromas que tú has captado y a mi me dejan muy satisfecho, agradecido quedo.
      Buen fin de semana y un abrazo.

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    2. En el fresco que nos estás pintando, no hay sitio para la complacencia. Todo ha de estar, los cielos, el descubrimiento del mundo, pero también las amenazas, el miedo, la confrontación con lo extraño para la mente de un niño.

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    3. Así es Dafd: todo lo que roza la piel del niño Demian acaba introduciéndose por sus poros. Senderos angostos unas veces y campo abierto otras. Estas son las cartas para la partida de la vida... siempre sin saber quién lleva el as.
      Saludos

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  2. Tan bello este pasaje como opresivo por los sentimientos que desatan... Menos mal que el mundo, nuestro mundo, el mundo de todos y que le interesó a Demián es el que vive a plenitud, una vez desaprendido el anterior. Menos mal que dentro de ese mundo opresor, sin embargo, la carne le atraía y se salió con la suya (no con su propia carne, sino más bien con la carne de otros ;-) Y menos mal que los demonios, esos tan malos, se fueron esfumando poco a poco. Hasta aquí se ha llegado, Demián.Incluso con algunos de ellos que desea enraizarse. Vivir de pleno en un mundo más gozoso, más feliz, más encajable es a lo que aspira cualquier ser humano. ¡Y qué lastima que se haya desmoronado por creencias y postulados ridículos!Aunque le siga valiendo ese tipo de mundo a mucha gente... Hombre de poca fe, ¿cuándo vas a "aprender" que es la fe lo que se necesita para llegar a "aprehender" esa eternidad que se nos sigue quedando descolocada a muchos?;-) Tal vez necesitemos toda una eternidad para aprender a ser simplemente felices.Demián tiene recuerdos muy vívidos, no me cabe la menor duda. Quizás por eso, lo que le guste a Demián es una pizca de autenticidad sin cuestionarse mucho más allá de la eternidad. Aunque en el fondo siga rumiando...
    Casi paralelamente, poco me interesaba ese mundo oscuro y sin posibilidad de entendimiento también para mi corta edad.Preferí ignorarlo y pasar desapercibida. Estaba mejor subida a los árboles y arrullarme en el gajo de una higuera. Hoy, creo que fue lo mejor que pude hacer. Y sin embargo sigue costando nadar contra corriente... pero todavía tengo ese catecismo que nombras. Me siguen gustando las historias de Demián. Grabadas a fuego en su alma y en sus recuerdos. Feliz de que las compartas.Un abrazo.

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    1. Seguiremos rumiando, tanci; estaremos en el bando de los guerreros por la felicidad, de los luchadores por la idea frente a los defensores de la creencia.Y ya que hablas de árboles, esperemos que un buen día nos caiga la manzana del conocimiento... pero me temo que no ocurrirá cuando estemos sesteando sino que será necesario mover sus ramas.
      Algo más podrás leer sobre la infancia de Demian. Gracias por la visita y un abrazo.

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