14 agosto 2013

Sinuhé, el egipicio


Libro de más de 600 páginas de cómoda lectura. Ambicioso y de cadencioso discurrir.
Sinuhé, médico y trepanador real del Antiguo Egipto, viejo y exánime, incrédulo y desterrado, escribe lo por él sufrido, gozado, experimentado y aprendido.

Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses del país de Kemi, porque estoy cansado de los dioses. No para alabar a los faraones, porque estoy cansado de sus actos. Escribo para mí solo. No para halagar a los dioses, no para halagar a los reyes, ni por miedo del porvenir ni por esperanza. Porque durante mi vida he sufrido tantas pruebas y pérdidas que el vano temor no puede atormentarme y cansado estoy de la esperanza en la inmortalidad como lo estoy de los dioses y de los reyes. Es, pues, para mí solo para quien escribo, y sobre este punto creo diferenciarme de todos los escritores pasados o futuros.

Su autor, Mika Watari, hace de Sinuhé un personaje inteligente al que las circunstancias y el destino le obligan a vivir hechos y momentos trascendentes en la historia de su país que le llevan al desengaño. Y en el desarrollo de esa vida va hilvanando enseñanzas – que bien podrían ser hoy vigentes- de filosofía, historia, religión, antropología, economía y, desde luego, de medicina y mitología; que como lava volcánica cubre la superficie del esqueleto de la novela: el Egipto de hace 3400 años cuando su faraón –Akhenaton-, deseando un solo dios para su pueblo, provoca un  conflicto en aquella sociedad tradicionalmente politeista.
Aquí os dejo algunos párrafos de esta maravillosa novela.

Pero la razón de mi gran éxito era que no envidiaba a nadie ni rivalizaba con nadie, puesto que partía generosamente mis regalos con los otros y recibía los enfermos que mis colegas no podían curar, y para mí el saber era tan importante como el oro.

Porque cuanto más he vivido, más he comprobado que, haga lo que haga el hombre, obra por muchas causas que él ignora sin saber los móviles que lo empujan. Por esto todos los actos de los hombres son como polvo a mi pies, mientras no sé de ellos el objeto y la intención.

Sus palabras despertaron en mí un eco, y por primera vez me dije que el pensamiento humano era quizás imperfecto y que aparte este pensamiento podía existir otra cosa que el ojo no percibía y que el oído no oía y que la mano no podía tocar.

Por esto quiero que les distribuyas para la siembra todo el trigo que poseo. Quiero que lo hagas por Atón y por el faraón Akhenatón, porque lo quiero. Pero no les darás el trigo gratuitamente, porque he observado que los regalos engendran la pereza y el ocio y la mala voluntad. Han recibido gratuitamente las tierras y el ganado y no han sabido aprovecharlos. Recurre al palo si es necesario, pero vigila de modo que se hagan las siembras y las cosechas. Mas al recuperar nuestro crédito no quiero que tomes beneficio alguno, sino que les pedirás tan solo medida por medida.

Por esto acabé humillándome e inclinándome delante de la divinidad que vivía en mí y en cada ser humano a la que el faraón Akhenatón llamaba Atón y proclamaba dios único. Reconocía que había tantos dioses como seres humanos en el mundo y que la mayoría de ellos caminaban del nacimiento a la tumba sin haber conocido jamás el dios que llevaban en el corazón. Y este dios no era sólo saber ni comprensión; era una cosa más grande todavía.

-Tú eres nuestro dueño y nosotros tus esclavos; no remes más, de lo contrario el suelo se convertirá en el techo y caminaremos con los pies al aire. Deja de remar, querido dueño Sinuhé, para no sucumbir porque el orden es necesario en todo y cada hombre tiene el lugar que los dioses le han asignado y el banco de los remeros no está hecho para ti.

3 comentarios:

  1. Bonita reflexión la de que hay tantos dioses como hombres. La dignidad que nos confiere el llevar dentro la divinidad nos dotaría para rechazar el argumento de la autoridad. Pero ninguno llegará a conocer el dios que lleva dentro.

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  2. La búsqueda, aunque sabedores de que nada concreto hallaremos como dices, eso es lo que nos engrandece. Hay que estar dispuestos para el esfuerzo.

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  3. No lo he leído, aunque he oído hablar de él.
    Tantos dioses como humanos. Estamos hermanados, nadie es más que nadie. Esas reflexiones, en el tiempo de Sinuhé, habrían derribado muchos muros. En aquel reino con dioses vivos, en que la división social era divina (y lo que vendría después), haber empezado con esa reflexión tan disolvente habría ahorrado muchas vidas.

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