14 junio 2014

Calviño



Demián tenía 11 años cuando Calviño murió. Éste era grandullón y bondadoso, lento en sus gestos y risueño en su apariencia. Decían que tenía una discapacidad y sufría ataques epilépticos. Se dirigía a Demián por el diminutivo del apellido y lo trataba con cariño y la consideración del que aventaja en 4 o 5 años la edad, 40 o 50 quilos el peso y 30 o 40 centímetros la estatura.

El curso estaba ya finalizando y los calores estivales se presentaron con precisa puntualidad. Aquella tarde de junio, Calviño decidió cambiar las clases por un baño en el río Miño. Y el Miño con sus remolinos y su frío se lo quedó. Fueron su último baño y su última tarde.

Los compañeros de colegio se enteraron la mañana siguiente al comienzo de las clases. Las versiones de lo sucedido aumentaban o se modificaban a cada hora. Y hora se había puesto para el funeral y posterior entierro al que Demián acudió envuelto en una bruma de pensamientos y achicado por la inesperada aparición de La Parca.

El ataúd brillaba sobre el suelo de madera descolorido de la pequeña habitación. En su interior Calviño parecía descansar: su cara estaba relajada y como si los ya desfallecidos músculos de ésta estuviesen anunciando una sonrisa. Alguna mosca revoloteaba por el cuarto a media luz, en una atmósfera densa y con olor a cera. Demián, extraño y desconcertado, era incapaz de asimilar lo que sus ojos trataban de fijar: que su compañero, que con tanta ternura siempre le había tratado, no fuera a levantarse más; que ya nunca lo vería por el colegio; que jamás volvería a calzar aquellos zapatos hechos por encargo por no disponer las zapaterías de su talla; que aquella noche ya la pasaría en la soledad del cementerio; que sus lustrosas mejillas se tornarían en mortecina palidez,; que, ¿cómo un tentador frescor se había vuelto tan implacable enemigo? Permaneció un rato mirando al inerte corpachón, al crucifijo, a las gruesas velas… y salió con el frío de la muerte en los huesos y la incandescencia de pensamientos en la mente.

Afuera, hacía calor. Las aguas del río bajaban tranquilas. Las vacaciones comenzaban pronto. Todo muy ajeno a Calviño.

10 comentarios:

  1. Jo... Qué cosas.. La vida no nos espera. Sigue simplemente como sí nada hubiera pasado. Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tenemos que aprender a seguir su compás y así la sentiremos más: viviremos.
      Gracias por el comentario y un beso.

      Eliminar
  2. Las rascaduras de la muerte en la inercia de la vida.
    Me gustó, saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, Mario; son zarpazos que nos muestran la esencia misma de la vida, aunque frecuentemente queramos estar ciegos a la evidencia.
      Me satisface que te haya gustado y te lo agradezco. Un saludo.

      Eliminar
  3. La descripción de esa atmósfera en ese cuarto de acogida me recuerdan a otras tantas mucho antes de que llegasen los actuales tanatorios. Si, bien descrita. Al menos a mi parecer. Calviño tuvo también la suerte de sentir la presencia de Demián a quien se dirigía con sumo cariño y afecto. Era recíproco y cada uno ocupando su lugar en este mundo.Decir las aguas del Miño me transporta a esos ríos caudalosos que llevan, llevan y llevan y no sé si traen... Por aquí no tenemos ríos, nunca podremos tener esa experiencia de nadar en un río. Por eso, tal vez, nos atraen tanto. Su sonido, su rugir, su pasear lento o rápido, sus aguas más o menos cristalinas, ambos lados de sus orillas, la vegetación... Calviño fue arropado en su último viaje por una naturaleza excelsa, fuerte, brava... tal vez esa que nos rodea y que tantas veces uno no llega a dominar. Demián, tras sus pensamientos, aprendió a valorar más si cabe la vida con sus luces y sombras. Además del recuerdo de Calviño que partió como quiso; dándose ese ansiado chapuzón en tiempo de estío. Gracias por compartir experiencias llenas de calidez y vida. Un saludo, Demián.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué bien lo explicas. Siempre el agua arrastra con ella sensaciones y (para algunos, en los que me incluyo) mensajes. Los ríos son algo especial por su discurrir entre las sombras, entre el enigma y la belleza.
      Gracias por tu bonito comentario. Un abrazo.

      Eliminar
  4. La foto, que has colocado me parece magnífica. ¿Qué puente es? ¿Dónde está ubicado?.¿La has sacado tú o es recogida de Internet? Comenta algo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es el puente romano en la ciudad de Orense. Ahí fue donde Calviño partió para el más allá. El autor es uno de mis hermanos.

      Eliminar
  5. A Demián este temprano encuentro con la muerte de un ser tan cercano, al final de la niñez, al principio del promisor verano, le supondría una sacudida de la conciencia que no olvidaría. Hitos del camino, o tal vez encrucijadas en donde el carácter ya tiene bifurcaciones entre las que elegir.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí que fue una sacudida y para siempre en el recuerdo. Un hito más que una bifurcación porque a esa edad se abrían un montón de sendas y todas con espesa niebla cubriéndolas.

      Eliminar