18 marzo 2013

El deceso

En Eiradela, aldea de Orense. 1958/59



Empieza a anochecer en la pequeña aldea. Demián cesa en sus juegos y se separa de los compañeros al oír el tintineo de una campanilla. Mira por encima del muro que le separaba de la pedregosa calle principal: el párroco monta su caballo a paso lento llevando en las manos algo tapado con un paño negro; camina a su lado el sacristán que agita la campanilla que había alertado al niño. Avanzan en un halo solemne, taciturno y cutre. Demián nota el tufo del luto, y al ver el rumbo tomado por el cortejo en seguida pone nombre a la moribunda.

A la mañana siguiente se produce el deceso. La anciana Sra. María, vecina de la casa de enfrente a la de Demián, con su enjuta cara y el rostro perfilado por el sempiterno pañuelo negro, ha dejado a los vivos.

Demián tiene 7 años. Baja las escaleras a la plazuela cuando se ve turbado por los llantos y lamentos. Vecindad y familia se acercan a la casa mortuoria: abrazos, pésames y lágrimas de desesperación impactan en su retina y en su alma se extiende la aflicción. Estallan en su cabeza mil pensamientos y ya nada hay que le interesase durante la jornada. Su imaginación es un imparable manantial de incesantes imágenes de plástica potente y congoja irremediable: el Supremo , rodeado de su corte, juzga a la finada y ésta rinde cuentas de sus acciones. En la balanza divina se ponderan virtud y pecado, gloria y desdicha; ángeles y demonios rondan esperando el veredicto, todo ya desde la perspectiva de lo inapelable y eterno. Ve como propio el juicio: siente enfriarse la sangre y en su pecho el jadeo de la impotencia. Se mira la mano y observa la nítida “M” en ella.

Y con la noche el velorio, con sus galletas y aguardiente; pero ahí Demián no tiene sitio, se lo contarán otro día. Se va a cama enredado en circunloquios de enigmático contenido y fútil resultado. Un truculento, implacable y viscoso golpeteo de pensamientos, caras y escenas –reales unas, imaginarias otras-  preceden su sueño.

Al día siguiente es el entierro. Demián acompaña a su madre. Con estola e hisopo entra el cura en la oscura habitación con olor a cera y de quejumbrosa madera: reza, canta un responso y esparce agua bendita sobre el féretro. Y esto mismo hará a lo largo de los dos kilómetros que hay a la iglesia, donde crespones negros, aire tétrico y ahogados suspiros dan un eco de trascendencia a la misa con su homilía. Terminada ésta, en el atrio, más rezos y responsos: canta el cura y recoge los dineros el sacristán. Toda la ceremonia es seguida por Demián con el corazón encogido y arrobado es sus tribulaciones.

Con el depósito de la caja en la fosa llegan al paroxismo las quejas, los abrazos y los llantos, que van desvaneciéndose al ritmo del golpeteo de la tierra en la madera…

En el aire las nubecillas azules de los cigarros de los primeros en irse se van haciendo cada vez más grandes para desaparecer -como tantas vidas- sin dejar rastro. Demián aprieta la mano de su madre para que le ayude a encajar la puya que Tánatos acaba de infligirle y a subir la cuesta de regreso a casa.

10 comentarios:

  1. Toda una reflexión que da auténtico vértigo. Y más en el final, con esas vidas que pasan sin dejar rastro, arrastradas como las nubecillas de los cigarros mezcladas con la nada del cielo.
    Y sí, si de mayores la muerte es un gran misterio, un impacto, de pequeños, ¡con siete años!, ¿qué debe parecer la muerte?
    Un abrazo.

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    1. Los 7 años en aquella época eran cruciales: la Primera Comunión estaba próxima y las sesiones de catecismo y el pecado eran losas que amenazaban aplastar la cabeza del disidente o indiferente a la doctrina de la Iglesia. Un drama tan auténtico hacía en el niño el efecto de un cañonazo a bocajarro.
      Un abrazo.

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  2. De acuerdo con Igor. Una reflexión que no da pie a levantar cabeza... sin embargo creo que se va dejando atrás los llantos exacerbados y estridentes, los lamentos y congojas exagerados, para dar paso a una aceptación, tal vez, algo más serena ante el deceso. No sé, aunque nunca termina uno de aceptar tal paso, por no estar preparado para ello o simplemente por un cierto egoísmo personal...El caso es que si incomprensible es para un adulto, cuánto más para un niño con todo lo que rodeaba en aquellos años (Eiradela-Orense 1958-1958).Igualmente podría haber sucedido en cualquier pueblo de la España de la posguerra.Tengo algunos recuerdos parecidos pero bastante borrosos. Lo que me asombra es con la nitidez con que lo recuerda Demnian. Cómo se le ha quedado grabado en su recuerdo. Si, también por estos alrededores el "sempiterno pañuelo negro" era lo más usual, lo que hacía aparentar una mayor edad a las que lo usaban. También se usaba el delantal negro o canelo.En fin Demián, buen post para hacer un recuento cercano a Tánatos. La pintura que acompaña el post me impresiona tanto o más que tu reflexión.Un abrazo.

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    1. También, como le digo a Igor, los 7 años era un momento especial. Lo de recordarlo tan bien debe de ser consecuencia del impacto que en aquella alma infantil produjo escenario y representación tan auténticos con un argumento demoledor. El juicio final me acongojaba tanto que había momentos en que me hacía pensar que no merecía la pena venir a pasar la prueba. Seguro que lo entiendes y lo "sientes".
      Un abrazo.

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  3. Bien hallado de nuevo, Demian. Lo que provocan tus escritos en mí... ya lo sabes por otra vía de comunicación. Te abrazo.

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  4. Gracias Ansel. Un abrazo también para ti.

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  5. "La puya de Tánatos". Buena anotación. En las remembranzas de Démian, esta no podía faltar. En cada cultura, a la muerte se la reviste de una manera o de otra, con unos ritos o con otros. Pero es el temor frente a ella, el primer gran choque de todos. Puede que todos esos ritos traten, en el fondo, de hacérnosla asimilar con más facilidad, con más comprensibilidad. El misterio la envuelve.

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    1. No sé si los ritos ayudan o agravan el problema.
      Sí, el misterio la envuelve, a pesar de que nada es tan evidente. Tan contradictorio como el temor que provoca y cuando a alguién le llega se le dice que descansa...

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  6. Lo escrito es digno de llevarlo a la pantalla. Al leerlo estoy viendo una película de Felini. Al recordarlo estoy viviendo. Abrazos

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    1. Umm... se me olvidó poner en escena a la madura fémina de glúteo abultado pero, como sabes, nada de lo dicho es imaginado.
      Un abrazo.

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