13 marzo 2013

Habemus espectáculo

La completa falta de educación religiosa que tanto se reclama en España es la norma en Gran Bretaña. Como consecuencia, ateo o religioso, el británico medio cree en lo suyo y desprecia lo ajeno con el fervor que sólo puede generar la ignorancia. Apenas uno de cada diez pone ese fervor al servicio de la iglesia católica.

El desinterés que observo a diario contrasta vivamente con lo que se ha sentido estos días en la isla. Desde la renuncia de Benedicto XVI, la prensa y sus lectores miran tanto a Roma que milagro sería que no cogiesen tortícolis. Una comparación entre diarios españoles y británicos revela una prominencia mucho mayor de los asuntos vaticanos en las portadas isleñas.

He preguntado a personas religiosas, entendidos en política y amantes de la Historia el por qué de esta fascinación febril. Pregunté en vano. La respuesta la dio un artista.


Hagamos un pequeño quiebro y pensemos en los nombres de algunos de los autores más famosos en literatura fantástica. C.S. Lewis, J.R.R Tolkien, Lewis Carrol, Terry Pratchet, T.H. White, J.K Rowling. Nombres británicos. La isla de la eterna lluvia genera historias de magia, fasto y leyenda como quizá ningún otro lugar. Un legado del que se siente consciente y orgullosa. Un legado de fantasía hoy igualado o superado por la realidad de uno de los estados más diminutos del planeta.

Multitudes que inundan la blanca catedral de San Pablo, ancianos cardenales de largos ropajes, el sello papal destruido, las zapatillas rojas (sangre de mártires), el cierre de las grandes puertas del cónclave con solemnes palabras de una lengua muerta, los rumores, las fumatas, el surgir del elegido más improbable del balcón de la plaza. Rojo, blanco, oro, misterio, corrupción e intriga. Durante días, quizá semanas, la Ciudad Eterna vuelve a ser el centro de una superpotencia: el Imperio Católico. Un imperio real, poderoso, milenario, esparcido por toda la Tierra y, al mismo tiempo, olvidado. Durante unas semanas, un puñado de ancianos italianos a quien poca gente conoce genera sin esfuerzo aparente un espectáculo de grandiosidad y belleza que hace palidecer a las mejores producciones del cine y la literatura.

Para los españoles, la iglesia de Roma es liturgia pesada, corrientes de aire en bancos de madera, carta de San Pablo a los corintios en los funerales, sotanas en los úteros. Para los británicos hoy, es el material del que se tejen las leyendas. Y mañana volverá a ser nada.

10 comentarios:

  1. ¿Quién es T.H. White? Juro solemenemente sobre la Biblia que lo leeré. Buen post con ese poso irónico que agradezco. Pura actualidad informativa con un cierto halo de misterio hacia lo desconocido. Podría ser que por alguna razón similar los norteamericanos sientan una cierta fascinación por la Corona (real) Británica.
    Me ha llamado la atención esto: "Durante unas semanas, un puñado de ancianos italianos a quien poca gente conoce genera sin esfuerzo aparente un espectáculo de grandiosidad y belleza que hace palidecer a las mejores producciones del cine y la literatura.". Difícil, muy difícil de definir mejor.
    Saludos.

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    1. T.H.White es el autor de "La espada en la piedra", que es la novela en la que se basó la película de Disney "Merlín el encantador".

      Creo que en el caso de los americanos, al ser un país tan joven, se junta la fascinación por tradiciones centenarias.

      En el fondo no sólo los italianos crean el misterio. Las listas de "papables" nunca indican la fuente o los criterios de selección. Las fotos del papa no dicen el nombre de los cardenales que lo rodean... poca gente se resiste a poner algo más de misterio en su vida.

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  2. Muy buena y acertada descripción.Y no hay más...Para lo que van a solucionar. :-(

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    1. No sé hasta qué punto compartir tu apatía. Es cierto que en Europa la Iglesia tiene escasa relevancia, pero en muchos países de África o Latinoamérica la palabra de un papa aún resuena como el trueno en la tormenta.

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  3. Sin duda toda esta ceremonia, desprovista de la complicidad del público y aún con ella, acaba convirtiéndose en una fastuosa y aburrida obra de teatro, equiparable, como algún medio de comunicación ha hecho, a cualquier gran espectáculo del cine o la tv.
    El mensaje es lo relevante. El olvido del mismo por parte de los de aquel lado de la función la vuelven banal e inútil.

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    1. Estoy en parcial desacuerdo.

      El mensaje no es la razón de la existencia de la Iglesia. Si así fuese, hubiese desaparecido en el momento en que se universalizó el acceso a la Biblia y la alfabetización. La Iglesia (cualquier iglesia) es una forma de cohesión social. Está para proveer de compañía y apoyo a quienes lo necesiten a cambio de que estos cumplan con unas reglas que incluyen el creer o aparentar creer determinados dogmas.

      No hay duda de que la ceremonia es teatro, pero al mismo tiempo es un recordatorio de señas de identidad, una demostración de fuerza y una forma de publicidad para las ovejas que busquen un cierto tipo de pastor.

      Por último, decimos mucho que lo importante es el mensaje pero ¿cual es el mensaje? La Biblia probablemente sea el libro más vendido, menos leído y más interpretado de la Historia.

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    2. La de proveer de compañía y apoyo es una percepción. También la de sustentar un sentido a la muerte es otra percepción, igualmente la de establecer un patrón de conducta con eficacia punitiva (que en realidad me parece que pertenece al universo de la anterior), otros lo tendrán como un medio satisfactorio de hacer súbditos o esclavos, o de escalar socialmente (que estará en la órbita de la anterior), o de escudo incluso. Es un misterio la de reflexiones que provoca.

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    3. Naturalmente que es percepción. Después de todo ¿Qué no lo es? Eso no es malo.

      Muchos hombres (y mujeres) deben su grandeza en áreas como la filosofía, las artes o las ciencias a esa percepción.

      No veo misterio alguno en las reflexiones que provoca. Si cualquiera de nuestros simples textos tiene tantas interpretaciones ¿Qué no esperar de un libro extenso y milenario como la Biblia?

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  4. Muy bien. Ojalá mucha más gente tuviera la misma percepción de estas cosas. Amén. Abrazos muchos

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