05 junio 2013

El Bachillerato (I)

(8 de octubre de 1962. Orense)

Se queda atrás la aldea envuelta en una nube de humo negro que suelta el autocar cuando arranca. Demián no mira atrás, ni a su padre, que va a su lado; mira los campos labrados y los árboles lejanos que tanto ha pisado y amado: últimos vestigios de un tiempo feliz que sabe agotado.

El ronroneo del motor oculta su respirar forzado por momentos, su alma se encoge ante la angustia del porvenir y en sus ojos casi brotan las lágrimas. Ya nada de lo que ocurre en su entorno importa. Es consciente de que una forma de vivir expira y emerge otra que va a ser muy diferente a la primera: la aldea será reemplazada por la ciudad, la escuela por un colegio de bachillerato, la casa paterna por la de sus abuelos, la camarilla de amigos rurales por unos niños de capital. Él, que tan diestro era en las hazañas infantiles de su pueblecito, se ve ahora renqueante en las áridas tierras de su nueva patria.
Y sumido en estas divagaciones le sorprende la parada final del autobús.

Con su padre y una cartera llena de libros, ya usados por su hermano mayor, camina hacia el colegio...Tristes las calles, extrañas sus gentes y hostil la mañana.

El colegio es un edificio vetusto con la entrada por un empedrado túnel oscuro que conduce a unas escaleras de piedra que rematan en un zaguán con madera sin barnizar en el suelo. Aseo exiguo y tétrico ropero a la izquierda, aula a la derecha con un tabique que le separa de la secretaría: un garito con olor a viejo y humo de cigarrillo. Dos aulas más completan la construcción por la fachada principal con unos ventanales sucios y desportillados que sujetan un austero rótulo en blanco y negro anunciando el nombre del centro. Cada estancia encierra un aire rancio  e inhóspito, premonitorio de los cursos que allí le aguardan.
En secretaría, don Manuel -hombre flacucho enfundado en un traje negro, con un cigarrillo en la mano izquierda y una regla corta y gruesa en la derecha-  ayuda a su padre a seleccionar los libros y rellenar un formulario. Cuando ya esto concluye, ha de despedirse de su padre. Éste le besa con una comprensiva sonrisa y él siente en una mejilla el amor paterno y en la otra el frío del presente. Con los músculos tensos acompaña al secretario que  le conduce a un aula donde ya están en clase más de treinta muchachos...Miradas curiosas y susurros entre ellos. Don Luís, director y profesor de matemáticas, dirige la clase. Hace un pequeño comentario y le indica donde sentarse. El recién llegado no se entera de nada de cuanto allí se dice.
En el recreo está apartado. Algún compañero acude a preguntarle algo o invitarle a un juego y él contesta escuetamente para seguir abrazado a su nueva y ya fiel compañera: la nostalgia. Como un autómata va de nuevo al pupitre al sonar el timbre.

Y llega el deseado final de la última clase. Con la pesada cartera y un abarrote de cavilaciones toma camino a casa de sus abuelos; la de sus 6 primeros años anteriores a los pasados en la aldea: primero y segundo actos de su vida sobre los que cayó el telón. Telón que ahora se alza para la primera escena del tercer acto... Durará 3 años y, a la vista de personajes y escenario, ni el más optimista podría vaticinar felicidad en su desarollo.








 

 

 

5 comentarios:

  1. Me acordé en este tu post que mi nacimiento fue en el 62.Cuantos años han pasado!!!

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    1. Ventaja de años que me sacas, tribunaram. Bienvenido a estos pagos.

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  2. Bueno Demián, ese telón cayó pero se ha alzado infinidad de veces para él. Estoy segura. Además en distintas obras y con distintas escenas ¡Cuánta diferencia con la acogida que se les da hoy en día a los pequeños que inician sus primeros pasos en guardería, centros de infantil y primaria etc.! Que si cojines en aulas cubiertas con moqueta de muy diversos colores. Que si variedad de cuentos infantiles cada uno colocado esmeradamente en sus estanterías multicolores. Rincones de juegos y juguetes didácticos imposibles de eludir... Y la sonrisa de un maestro o maestra que te espera a pie de aula con los brazos abiertos... Música angelical para hacer un espacio más cercano... Obviamente hay de todo... pero es tanta la diferencia de grises y claroscuros como la foto que nos muestras, y los colores que aporta hoy la enseñanza a través de los más variados materiales e instrumentos que...para decirlo a modo popular "como de un huevo a una castaña" Incluida la vestimenta. Ya no digamos la regla y el cigarro de turno que por ese entonces era de lo más común. También recibí algún que otro reglazo por no saberme algo puntual con respecto a la Geografía peninsular. ¡Pero si es que no se impartía ni tan siquiera la Geografía local!¡Señor, Señor! apiádate de nosotros y danos los colores que necesitamos para pintar nuestros recuerdos y nostalgias con una fina paleta de arco iris...
    Me quedo con la sonrisa cautivadora, llena de nobleza y esperanza en el futuro del muchacho que está "empericosado" (se encaramó)en esas firmes e imagino vetustas piedras cubiertas de musgo verde, ya seco por el rigor del verano. El reloj que porta en su mano izquierda es un buen símbolo del mimo y cuidado que sus progenitores (imagino) tuvieron con él. Un reloj que en esa época daba solvencia a quien lo portaba a esa edad...Otra cosa fueron las normas impuestas tanto en centros educativos como en las comunidades. Incluso a pesar de ello, Demián sigue en el escenario con otros decorados aunque en su memoria de disco duro permanezca la nostalgia y el recuerdo. Ahora, lo leo yo y como yo otros lectores que sacan de este relato mil olores, sabores y colores. Merecidos colores para pintar esa bella fotografía. Saludos.

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  3. Veo que has leiso y observado con esmero mi post. No te imaginas en que lugares podía encaramarse Demián en aquellos años y con que celeridad se apartaba del lugar cuando no estaba permitido. ¡Nunca lo pillaron! Sin embargo en la ciudad se atrofiaron sus capacidades y anquilosaron sus músculos. Pero el reloj, símbolo de mimo y solvencia (¡?), inexorablemente seguía su ritmo y acercaba días de mayor disfrute.
    Un abrazo.

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  4. Se encoje el corazón ante esa despedida del padre.
    Un niño de pueblo tenía siempre ese umbral tan duro de cruzar. Y luego, cuántos niños de pueblo han ayudado a su sociedad a prosperar, a construir, a curar, a mejorar.

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