19 noviembre 2013

El cine de mi infancia


 

En una repisa de madera cubierta por una pieza de hilo hecha a ganchillo está  la radio. Emite un programa local al tiempo  que Demián desayuna un chocolate con churros  que ha preparado su abuela. Es domingo. Luego irá a misa. El resto de la mañana lo ocupará deambulando por las calles próximas y haciendo algo de las tareas para el lunes. Después de comer, el cine:

El recinto es algo cutre y baqueteado por el uso, sin esmero en la limpieza y carente de puesto de palomitas a la entrada,  aunque está una vendedora de pipas y caramelos. Demián sube las oscuras escaleras a las gradas de madera de “general” en el tercer piso; a cada peldaño  su  ánimo se va  transformando: el olor del recinto, las tenues luces de los apliques, los alargados bancos y las columnas… todo le resulta familiar y acogedor. Hasta el acomodador, que es siempre el mismo, mal encarado y al que se le conoce por el apodo, le parece tolerable; e, incluso  gracioso, cuando  contesta con celeridad y enojo, enfocando con la linterna el punto de donde cree haber salido algún exabrupto o molesto ruido para localizar y reprender al autor;  provocando la buscada  diversión de los infantes deseosos de chanza.

Al apagarse las luces recorre el local un aire de intriga y emoción… Tomará realidad durante dos horas un mundo de color y acción, de héroes que vencen al adversario y a la vida vulgar, aventuras que permiten a Demián cabalgar por los desiertos de Arizona, navegar por los mares de Indochina, escalar castillos medievales, enamorarse  de una niña que triunfa cantando…Todo ello tan ajeno al programado discurrir de sus horas, de la responsabilidades escolares, de la incomprensión de los adultos, del despótico trato de los profesores y de la vacuidad de sus días de la que tan convencido está. Lo que en la pantalla acontece es lo importante, no hay pasado ni futuro, sólo presente; un presente que apisona la tristeza de las calles y aleja la nostalgia, que  alegra el alma infantil con su bendita virtualidad, que protege entre sus muros la candidez de los 11 años.

Cuando las luces se encienden  y la pantalla ya sólo es una gigantesca sábana blanca, sale Demián con su cabeza envuelta en nubes de fantasía, mira los cuadros de la cartelera como refrendo de una historia  que acaba de vivir, y esas nubes se van tornando  nubarrones oscuros  al contacto del aire frío y pesadumbroso de la tarde de domingo. Y como un autómata, ensimismado en sus pensamientos toma la dirección de una sale de billar, y allí se queda unas horas viendo rodar las bolas sobre el paño verde, como ruedan sus días y  el domingo da paso al lunes….
 

4 comentarios:

  1. Caray, la belleza de la melancolía. Y a mí me has hecho viajar a aquella época en que compraba discos y había un momento mágico al sacar el plástico, mirar letras y portadas y clavarlo en la aguja.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Si, Igor; al rememorar ciertas cosas nos parece recuperarlas con sensaciones, olores, texturas... y el reflujo de lo ya sentido y perdido. Y cuando se van almacenando años en el DNI, más.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Demián que paseo más hermoso por las tardes del domingo. Tardes que se aprovechaban hasta exprimir los olores, los sabores, los ruidos, el olfato...el tacto. Tú los has definido maravillosamente. Era el presente sobre el presente. No había en esas dos horas ni pasado ni futuro. Era estar y disfrutar. Lo del acomodador también lo viví personalmente. Esa linterna que te enfocaba a la cara y que paseaba más por la filas de atrás a la búsqueda de los parejas que elegían esa zona en concreto para sentir el tacto... y de repente la linterna enfocando a la cara o a las manos... ;-) Así bebimos muchas horas de cine, de aventuras y de aprendizaje. Recuerdo una película que grabé en mi memoria y ya nunca más se me ha olvidado, no sé si la conoces:" Los cañones de Navarone".Cine de acción o del llamado bélico. Siendo persona pacifista como lo soy, sin embargo me impresionó, sobre todo porque una de las protagonistas era una mujer que debía alcanzar la cima de una montaña entre lluvias, nieves etc., para lograr alcanzar el objetivo propuesto. A lo largo del tiempo he podido recuperar la peli y la tengo en mi poder. Cosa fácil ya que se están editando muchos títulos antiguos. La he vuelto a ver y me produce la misma emoción en mi interior como si me transportara. Aunque ya con otros ojos. Hay otra que no olvidaré, más que nada porque con esa peli se inauguró en cine del barrio en dónde vivía y fue todo un acontecimiento. El título "Tú a Bóston y yo a California". Identificada con una de las protagonistas (eran hermanas gemelas), pasé momentos de ilusión al tiempo que veía como eran las costumbres en otro país. Esta peli si que no la he podido conseguir. Posteriormente y con más edad me encantó "La gran evasión" Todavía me sigue gustando.En fin que compartiría títulos y más títulos. Ya no se llena los cines como en esa época que describes y algo más posterior. Los precios no están siendo asequibles a la gente y sin embargo cómo se evade uno mientras permanece fijando la mirada en esa sábana blanca que tiene la magia espectacular de transformarse en vidas, mundos, personajes y paisajes distintos. Mucha magia nos trajo el cine. Buen post que me retrotrajo a otros años no tan lejanos llenos de ilusiones y emotividades. Saludos.

    ResponderEliminar
  4. Solo un par de horas. Es todo lo que dura el pequeño paréntesis. Es casi imposible compensar todo lo demás con esta breve escapatoria.

    ResponderEliminar