07 agosto 2014

Mi gata (I)

 Este post fue escrito unos 7 años atrás.
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Nunca había sido amigo de los gatos. En septiembre del año 2003, una gatita de pocos meses, juguetona, inquieta y con deseos de ser querida apareció en nuestro jardín. Se le proporcionó comida, caricias, juego y un nombre: GRIS.

A partir de ese día, se hizo asidua visitante y perdió el miedo a entrar en casa. Y así pasaron unos meses. Con el paso de los días, sus apariciones eran más frecuentes y al llegar la noche, con absoluta fidelidad, venía a dormir en el habitáculo que le habíamos preparado.

Una noche la vimos inmóvil, todo su cuerpo concentrado sobre sus cuatro patas dobladas, sus ojillos demandando auxilio; no era la de los otros días. Al cogerla oí su queja y sentí su congoja. El tacto en una de mis manos no era su pelo aterciopelado sino algo más viscoso: su intestino.

Yo conduciendo y mi esposa con ella en el regazo, taponándole la herida, llegamos a urgencias veterinarias. Intervención inmediata: reducción de intestino en siete centímetros, extirpación del bazo y una semana de cuidados intensivos - daba pena verla con la aguja del suero clavada en su patita llagada - fueron la consecuencia de la casi mortal herida que un perro vecino le había asestado.

La convalecencia fueron dos meses. En este tiempo no salió de casa, siendo mimada y atendida con esmero y cariño. Su gracia animal y su debilidad física la hicieron acreedora de cuidados y una extrema consideración. Siendo total la reciprocidad: Gris nos miraba, nos maullaba cuando algo quería, dormía despreocupada en nuestras rodillas, se despatarraba mirando al cielo para sentir mi mano sobre su cuerpo (la parte que no estaba dañada), seguía con sus orejas y ojos cada movimiento que se ejecutaba en su proximidad. Pero una cosa no había cambiado: su deseo de libertad, de salir todos los días a recorrer los alrededores de la casa. Y esto hizo finalizados los dos meses de cura y lo sigue haciendo hoy.

Ahora, después de estos años de “relación”, nos entendemos bien. Como en un lenguaje de códigos, sabe cada parte lo que la otra desea o rechaza. Naturalmente, siempre hay alguna sorpresa:
Cierto día, Gris no aparecía; no se encontraba en ninguno de sus lugares preferidos, sabíamos que no había salido. Buscamos en cada rincón, en cada recoveco oculto. Por fin me encontré con su viva mirada y su cara de satisfacción, como diciendo "mira que lugar tan estupendo”. Estaba en el interior de la secadora, mirando al exterior, como el curioso pasajero de un barco mirando por el ojo de buey.

Una de las debilidades de mi gata son las cajas de cartón de embalajes y las bolsas, todas. Cuando ve una se acerca, la huele, la mueve con su patita y, acto seguido, trata de meterse dentro. De una u otra manera, lo consigue siempre. Ahí dentro puede permanecer largo rato y, si el sitio es cómodo, dormirse placidamente.


5 comentarios:

  1. Entonces Gris no ha sido producto de un regalo, sino de una elección. Parecen los gatos, a veces, tan enigmáticos que los tomamos por caprichosos, pero en absoluto lo son. Más bien son dueños de su destino y fieles a él, aunque nunca con estridencia, sino con elegancia

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    1. Gris se hizo querer dejando sentado que no renunciaría a su libertad. Y si que no admiten amo estos animales. Me gusta mucho lo de ser dueños de su destino, los define muy bien.
      Saludos, dafd.

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  2. Ostras, se han puesto los pelos de punta con lo del mordisco. Ufffffff. El deseo de libertad. Es algo que a mí me duele, pues a mis gatos no les puedo dar tal placer. A veces pienso que sería mejor vivir un año o el tiempo que fuera intensamente en libertad. En una ciudad es imposible, eso sí. Creo que la decisión de curarla y dejarla ir por donde quisiera es la buena, a pesar de lo difícil que es.
    Saludos.

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    1. Gris vivió 5 años. Intensamente, peligrosamente, a veces...pero fue feliz ese tiempo. Hoy sus cenizas abonan la drácena donde afilaba sus uñas.
      Desde hace 5 años tenemos dos gatas con las que no fuimos tan valientes a la hora de decidir y no salen al jardín. Las recogimos de un centro de acogida de perros y gatos y no estaban preparadas para estar libres, o eso pensamos. En el jardín alimentamos a tres más que nunca nos abandonan. Ya podemos estar un mes fuera que a la llegada están esperándonos (una persona viene a darles de comer diariamente, claro). Ellos decidieron venir y quedarse... Otra forma de vida.
      Saludos sin garras.

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  3. Jugar, jugar y jugar. Enternecedora y vivaracha. Aporta su granito de arena a la felicidad. Un saludo.

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