31 diciembre 2009

Sociología radiactiva

En mis tiempos de residente por Medicina Nuclear asistí en una terapia muy poco común.

La mayoría de los tratamientos contra el cáncer duran meses, pero los de tiroides folicular y papilar se solucionan con una pastillita. Eso sí, la “pastillita” es puro yodo radiactivo.

La tiroides (el órgano bajo la nuez) regula a qué velocidad quema energía el cuerpo, produce proteínas y controla la sensibilidad a algunas hormonas. Para esto necesita yodo, que atrapa como un imán. Si en lugar de yodo normal un paciente con cáncer se toma suficiente yodo radiactivo, este se pega a la tiroides, quemando el tumor. El porcentaje de curaciones es de más del 98%, incluso en casos muy avanzados.

El tratamiento tiene una dificultad: durante al menos tres días, todas las secreciones del enfermo (sudor, saliva, orina, etc.) son altamente radiactivas. Ese tiempo lo pasará en la llamada “habitación de yodo”, sin más compañía que un televisor y una pila de revistas muy antiguas. Puede traer su propio entretenimiento pero, si al dejar la habitación se mide y se encuentra restos de radiación en él, o se tira, o queda en nuestro sótano durante semanas (la radiactividad decae con el tiempo).


Se supone que al irse el paciente lo normal es poner todo lo que ha usado en una bolsa, medir y, según lo que salga, decidir cuánto tiempo dejarla en el sótano, pero el mío era un departamento muy tranquilo y mi jefa muy curiosa, así que, menos la ropa de cama y toallas, medíamos todo individualmente. Daba una buena idea de la personalidad de los pacientes.

El mando del televisor (envuelto en celofán para que el sudor no lo "calentase") siempre estaba más activo cuando había Gran Hermano, supongo que la común incomunicación solidarizaba al paciente con los concursantes.

Un cura católico pidió llevar una Biblia. Cuando se fue, ésta estaba limpia, pero nos dejó el Golf Today y una Cosmopolitan inservibles durante meses. La Marie Claire también quedó tocada, pero parece que no gustó tanto.

Un joven ingeniero “adicto al trabajo” dijo que no podía vivir sin su portátil o sus revistas de economía. Después de rompernos los cuernos ideando una forma de poder usar el teclado y un ratón envuelto en celofán, de nuevo, ni el portátil ni sus revistas tenían nada. Pero la Cosmopolitan, otra vez al sótano, con Marie Claire de eterna segundona.

Las mujeres adoraban el teléfono móvil. Las jóvenes lo “calentaban” por detrás, al ser principalmente receptoras. Las madres de familia, por delante, imagino que enviando instrucciones sobre el cuidado de las criaturas.

El elemento más radiactivo que jamás tuvimos es aún un misterio. Es un esmalte de uñas tan caliente como si se hubiese usado de chupete durante la estancia completa de la paciente. El quitaesmalte no estaba ni de lejos tan activo y el color de uñas de la chica al salir ni siquiera coincidía con el dichoso pintauñas.

2 comentarios:

  1. Suuuuuuper curioso. Llego hasta aqui desde el blog de sirope de alce.
    Apertas de otra gallega exiliada (aunque no tanto)

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  2. Anisor, bienvenida, a ver si coincidimos más :-)

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