Amanece. Se despierta mi alma.
El cielo (inmenso océano de algodón)
rebosante de convincente suavidad
deja caer su argentado manto
de molicie y diáfana beldad.
En devota postración, me dejo seducir
por el tibio aire del temprano clarear
que, como dulce caricia, toca mi piel;
me arropa en denso perfume
y me sume en placentero estado,
dejando en mis labios sabor a miel.
Oculto, silente, hago mías las
horas del cálido silencio.
Traspaso el umbral… y ya dentro
me hago dueño del sueño
y sueño que del sueño soy dueño.
La estrofa final tiene cruces de caminos. Soñar que "del sueño soy dueño". Tal vez la única diferencia entre vigilia y sueño sea esa.
ResponderEliminarEl sueño, ¿qué es? Pesadilla en ocasiones y deseo inalcanzable otras; cercano y ajeno al mismo tiempo...
ResponderEliminarUn saludo.